Una niña de piel morena y cabello rizado camina tambaleante por el pasillo de Blaxicocina. Con apenas dos o tres años de edad, su vocabulario entrelaza con total naturalidad palabras en inglés y español. Su madre, de piel clara, largas trenzas y sonrisa permanente, vigila los movimientos de la niña, hija de padre afroamericano y madre mexicana.
—¡Hola! —la niña saluda en español a Tiara Darnell, una mujer afroamericana de 35 años, alta, que viste un delantal largo y negro. Es la dueña y fundadora del lugar, el primer restaurante de soul food en la Ciudad de México.
—Hi! —le responde Tiara, en inglés.
Blaxicocina se ubica en las calles de Caleta y Mitla, en la colonia Narvarte Poniente. Abrió sus puertas a principios de 2023 y, desde entonces, es un punto de encuentro de la comunidad afroamericana. Tiara gestiona el restaurante con la ayuda de un equipo de meseros y cocineros mexicanos. Además, desempeña múltiples roles: es mesera, anfitriona y animadora. Hoy su rutina se ha visto alterada por una entrevista para un programa de televisión pública. Afuera, el equipo de producción monta las luces y cámaras, registrando cada rincón del lugar.
La decoración de Blaxicocina es una declaración de principios: sobre el pretil de una ventana destaca una versión especial del juego Monopoly, llamada “Ebony-opoly. Reconstruction edition”. La portada de la caja está ilustrada con la fotografía de una familia aristócrata afroamericana, elegantemente vestida con atuendos del siglo XIX. Cerca de la entrada del local, una playera empotrada en la pared atrae la atención por su original estampado: el rostro del rapero Snoop Dogg incrustado sobre el cuerpo de san Judas Tadeo. La emblemática bandera del Distrito de Columbia, en Washington, la ciudad natal de Tiara, adorna la pared frontal.
Un grupo de extranjeros y mexicanos se levanta a bailar la música de Kumbia Boruka. Esta noche Joyce Musicolor domina la cabina del DJ con su mezcla de ritmos tropicales. Afuera, justo en la intersección de Mitla y Caleta, sobre la pared curva que se ha usado como lienzo, un mural con motivos prehispánicos celebra la riqueza de la cultura afrodescendiente. En estas calles aún no aparecen las pintas con leyendas del tipo “Gringo Go Home”. Todo lo contrario: se respira un ambiente de camaradería entre nacionales y extranjeros.
—¿Tú también eres periodista? —me pregunta Tiara, con una sonrisa en el rostro. Aún le resulta un tanto inusual la atención de los medios.
Entre 1821 y 1865, alrededor de cuatro mil esclavos afroamericanos cruzaron el río Bravo en busca de refugio en México.1 Dos siglos después, ante el ascenso del supremacismo blanco, especialmente con la llegada de Donald Trump al poder en 2016, los afroamericanos han vuelto a migrar hacia el sur. Jené Etheridge es una de ellos. Su madre es originaria de Iztapalapa, desde donde emigró a los Estados Unidos hace tres décadas. Uno de los recuerdos más vívidos de la infancia de Jené, que transcurrió en Portland, Oregon, es el de su madre cantándole “Las mañanitas”. Cree que eso pudo haber influido en su pasión por la música. Jené comienza a hablar en inglés cada vez que intenta expresar algo en español, la lengua que le enseñó su madre, pero cuyas palabras muchas veces se le escapan. Llegó a México durante la pandemia, a principios de 2021, buscando reconectar con su cultura y mejorar su español. “Planeaba quedarme seis meses, pero ya han pasado tres años y medio”, cuenta.
En Estados Unidos, donde la competencia es feroz, le resultó más difícil destacar como DJ: “Allá, el mercado está saturado”. En México, los géneros que toca —como afrobeat, hip hop y dancehall— tienen una recepción más entusiasta.
A pesar de las diferencias culturales, Jené ha sido bien recibida por los mexicanos. “Me encanta que la gente sea mucho más amigable. En Nueva York, nadie se saluda en la calle. Aquí, todos te dicen buenos días.” Sin embargo, ha sido testigo del trato que los mexicanos dan a los afrodescendientes, sobre todo a los inmigrantes haitianos y caribeños, quienes enfrentan mayores prejuicios. Ella no ha sufrido el racismo de nuestro país, cosa que le atribuye a su apariencia más “americana”. Cuenta que hay quienes no quieren que haya invitados afroamericanos a las fiestas para extranjeros. “Piensan que cuando hay demasiadas personas negras, algo pasará: una pelea o algo peor.”
Pese a ello, se siente más segura en México que en su lugar de origen. Allá “si eres negro tienes que estar muy alerta ante la presencia de la policía. En cambio, aquí veo un policía y no siento que mi vida esté en riesgo”.
Desde los trece años, Vernée Norman lo tenía claro: algún día viviría en América Latina. Creció en Los Ángeles, California, en estrecho contacto con la comunidad latina y dominó el español desde temprana edad. En 2021 cumplió la promesa que se hizo de niña y se mudó a la Ciudad de México. Es una mujer afroamericana de treinta años, productora de cine (ganadora de un Emmy), fotógrafa, masajista y coach de vida y de carrera. Al igual que Tiara y Jené, amigas suyas, llegó sin un pasaje de vuelta. “La industria cinematográfica es muy demandante”, explica Vernée, “no tienes tiempo para ti ni para tu familia. Yo no quería eso”.
Ella tampoco ha estado exenta de experiencias de racismo. “La única vez que me han insultado con comentarios racistas fue aquí, pero la mayoría de las veces se trata más de fetichización que de odio abierto. El agresor fue una persona en situación de calle que la insultó porque Vernée no quiso darle una moneda. En otra ocasión, en el Metro Coyoacán, Vernée estaba hablando en inglés con una amiga por Facetime. De pronto, una mujer se le acercó y le dijo: “Hay que hablar en español”. Vernée, molesta, le respondió: “Yo hablo español, pero mi amiga no, así que shut the fuck up”.
Ella sabe que esas expresiones de enojo son provocadas por la gentrificación. “Los afroamericanos venimos a México porque [este país representa] una oportunidad para hacer cosas que, por nuestro color de piel, no podemos hacer en Estados Unidos.” De acuerdo con el Centro de Investigación Pew, los afroamericanos tienen el doble de probabilidades de ser pobres o de quedar desempleados en comparación con los blancos. —¿Qué le dirías a quienes afirman que ustedes son gentrificadores? —Les diría que lo somos, pero no somos como los gringos blancos porque nosotros entendemos la experiencia de las minorías, y eso nos hermana con los haitianos y los afromexicanos.
Vernée ofrece un diagnóstico desalentador: la Copa Mundial de Futbol 2026 desatará una avalancha de extranjeros en México. Tiene la impresión de que el Estado incentiva el fenómeno. No está equivocada: en agosto de 2022, el Gobierno de la Ciudad de México reveló un plan para atraer nuevos turistas extranjeros, especialmente a jóvenes de entre veinticinco y cuarenta y cinco años. Para lograrlo, una campaña oficial promueve a “la ciudad que lo tiene todo” en al menos una docena de urbes estadounidenses.
—Mi renta subió muchísimo y puede llegar el día en que ya no pueda pagarla —concluye Vernée.
“El sueño de unos cuantos se convierte en la pesadilla de muchos.” Con esta frase sin cortapisas, Víctor Delgadillo, académico de la UACM y doctor en urbanismo por la UNAM, describe los efectos de la llegada masiva de extranjeros para la población local.2
Delgadillo aclara que la gentrificación no es un fenómeno reciente. “Hace cuarenta años el patrimonio urbano de la Ciudad de México estaba en deterioro relativo, así que no era un objetivo de la masificación turística.” En los años noventa, detalla, durante el tránsito del Estado benefactor al neoliberalismo, muchas ciudades perdieron su base económica, que era la manufactura, y buscaron alternativas en el sector de los servicios. Entonces, “Salinas de Gortari, Camacho Solís y Ebrard lanzaron el programa Échame una Manita para rescatar el Centro Histórico y atraer inversión privada. Curiosamente, una década después, fue un gobierno de izquierda, encabezado por López Obrador, el que permitió que el magnate Carlos Slim invirtiera en esta zona. Es fascinante observar cómo los negocios privados de Slim se presentan como actos de filantropía”. Este ejemplo, a juicio de Delgadillo, ilustra la participación activa del Estado en la gentrificación. “Desde hace décadas hay una política pública decidida y consistente enfocada en rehabilitar y regenerar el patrimonio. A través de diversas iniciativas, se han mejorado o sustituido infraestructuras obsoletas, transformando el espacio público en un imán para la inversión privada.” La Ciudad de México se ha convertido en un parque temático al aire libre, sostiene Delgadillo, “y ése ha sido un objetivo no declarado de las políticas públicas de los gobiernos, sin distingo de colores ni partidos”.
Delgadillo afirma que esas estrategias forman parte de un viejo proyecto para desplazar a las clases populares, los comerciantes y otras poblaciones vulnerables, como las personas en situación de calle, con el fin de “dignificar” ciertas zonas. “Es una forma de gentrificación simbólica, como la llaman mis colegas, que puede desplazar a comunidades enteras.”
“Neil Smith [un geógrafo escocés] nos enseñó hace treinta años que la gentrificación es el retorno del capital a ciertos barrios, así que no hay que poner el foco en las personas. La verdadera gentrificación es impulsada por agentes económicos y políticos con la capacidad de transformar barrios.” Delgadillo sostiene que hace falta un trabajo más coordinado entre la academia y las organizaciones civiles para conformar una cultura ciudadana que pueda resistir y oponerse a estas prácticas. “La otra opción son medidas más extremas, como la prohibición de plataformas tipo Airbnb, tal como lo ha hecho el nuevo alcalde de Barcelona. En México esto parece improbable: recordemos que Sheinbaum promovió una campaña para que Airbnb, con el respaldo de la Unesco, expandiera su presencia en Tláhuac, Xochimilco y otras áreas periféricas.”
Por último, Delgadillo pone sobre la mesa un tema que, a su juicio, no se ha abordado lo suficiente en el debate público. La financiarización del mercado inmobiliario, impulsada por fideicomisos de inversión en bienes raíces (Fibras), ha tenido un impacto significativo en la configuración urbana de la ciudad. Estos fideicomisos transforman los bienes inmuebles en activos financieros que se comercializan en la Bolsa de Valores. Este fenómeno ha propiciado el encarecimiento de la vivienda y del suelo urbano, haciendo imposible para la población local adquirir una vivienda en gran parte de la ciudad. Además, muchos de los nuevos desarrollos inmobiliarios permanecen vacíos, no porque sean un fracaso, sino porque están diseñados más como activos financieros que para satisfacer las necesidades habitacionales. La falta de políticas públicas que regulen adecuadamente este fenómeno ha contribuido a la expulsión de residentes y a la creación de un mercado excluyente y especulativo.
Un avión surca el cielo en la colonia Narvarte. El ruido de sus motores interrumpe mi conversación con Tiara. Estamos afuera de Blaxicocina. Tiara llega acompañada de Gil, su pareja. —Ayer tuvimos mucha gente y fue un día de locos —me explica él, mientras me ofrece una cerveza. Después abre el local y saca el sillón que hace las veces de sala de espera para los comensales. Tiara se sienta y me dice: “Ok, let’s begin”.
Ella llegó a la Ciudad de México en marzo de 2021. Su plan era pasar de tres a cinco meses en el país. “Pero terminé quedándome porque disfruté el estilo de vida. Ya hablaba español, conocí a mi novio… la vida simplemente encajó.” Tiara y Gil llevan tres años juntos. Gil del Valle es un hombre alto, de 43 años, con barba y cabello a rape. Es el gerente de Blaxicocina. Gil se disculpa, entra al restaurante y se dirige a la cocina.
En esta ocasión, Tiara opta por responder en inglés para “expresarse con más claridad”. En enero de 2022, perdió su trabajo: hasta entonces era productora de pódcast en Spotify, donde trabajaba como nómada digital. Tras su despido, decidió explorar proyectos de autoempleo. Empezó a organizar comidas en la azotea de su casa, a las que invitaba a sus vecinos y amigos más cercanos. Buscaba medir la aceptación de su cocina entre sus compatriotas. Una vez llegaron más de setenta personas. Días después, mientras paseaba por el Parque Las Américas, se detuvo al ver un cartel que anunciaba: “Se renta”. Meses después, en ese local, nació Blaxicocina.
“No sabía nada de restaurantes. Nunca había trabajado en uno, pero me dije: ‘Hagámoslo’.” Tiara ha tenido que enseñarles a los mexicanos los sabores auténticos de su cultura y explicarles la importancia de los ingredientes y sus usos. “El pollo frito es la especialidad de la casa y es el platillo más demandado. No es fácil cocinarlo porque lleva muchas especias.” Actualmente, Tiara ha estado explorando una fusión única de ingredientes. Busca entrelazar los sabores de la comida mexicana con la rica tradición culinaria del sur de su país.
Cuando le pregunto si ha experimentado algún tipo de racismo o rechazo en México, la conversación se interrumpe porque uno de los meseros se acerca a saludarla.
—Sí, he experimentado racismo —responde— pero se manifiesta de forma distinta. No sucede todo el tiempo, pero algunas personas me miran con odio por mi color de piel. He viajado a 45 países y viví en Marruecos dos años, así que estoy acostumbrada a estar en lugares donde las personas no están acostumbradas a ver a alguien que se parezca a mí.
Una de las razones por las cuales Tiara emigró a México fue por el clima de violencia contra la comunidad afroamericana que se vive en Estados Unidos.
—Cuando asesinaron a George Floyd me sentí profundamente perturbada. Ver cómo la gente marchaba, la falta de solidaridad de muchos gobiernos locales y de la policía, me hizo comprender por qué muchos afroamericanos no se sienten orgullosos de ser estadounidenses.
Las cifras son contundentes: a pesar de representar sólo el 13% de la población, los afroamericanos constituyen el 24% de las víctimas fatales a manos de la policía, según datos de la ONG Mapping Police Violence. Si bien en México hay un colosal tráfico de armas, a juicio de Tiara, no es comparable con la portación de rifles y ametralladoras en Estados Unidos. Allá, afirma, las personas mueren en tiroteos dentro de una iglesia, una sala de cine o una escuela, algo poco común acá.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, México registró una tasa de 24 homicidios por cada cien mil habitantes en 2023. Mientras que en Estados Unidos la tasa de homicidios de 2023 se estima que fue de 5.5 3 por cada cien mil habitantes.4 A pesar de que estas cifras indican una mayor inseguridad y violencia en México que en Estados Unidos, la percepción de los afroamericanos es, curiosamente, opuesta.
Antes de que pueda formular la siguiente pregunta, Tiara se adelanta, como si pudiera leer mis pensamientos: “Sí, soy una gentrificadora. Lo reconozco, pero también creo que soy una excepción: hablo español y me involucro profundamente con la cultura local”. Blaxicocina ha sido sede de diversos conversatorios, en el restaurante se han proyectado documentales y se han realizado otros eventos que congregan a la comunidad afrodescendiente. A eso se refiere.
“La gentrificación es como el agua: va a encontrar su cauce, no importa cuál. Entiendo ciertas muestras de rechazo. Yo soy de Washington D.C. y no puedo permitirme vivir ahí.” Según el Departamento de Estado de la Unión Americana, hoy en día alrededor de 1.6 millones de estadounidenses residen en México.5
Imagen de portada: Munshots, graffiti en la pared, Minneapolis, Estados Unidos, 2020. Unsplash ©.
De acuerdo con María Camila Díaz Casas, investigadora del Centro de Estudios Afrodescendientes de la Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia. ↩
En 2022, más de 11500 ciudadanos estadounidenses obtuvieron la tarjeta de residente temporal en México, según datos de la Secretaría de Gobernación. ↩
Jeff Asher, “Growing Evidence That Murder Fell At A Record Pace In 2023”, Substack, 15 de julio de 2024. ↩
De acuerdo con la estimación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés). ↩
Los datos se pueden consultar en: www.state.gov/u-s-relationswith-mexico. ↩