Atravesar zonas oscuras en compañía de un monstruo arrepentido puede resultar sencillo sabiendo de memoria lo que él sabe, lo que ha confesado voluntariamente, sin mayor tortura que la de sus sueños plagados de gritos. Nona Fernández lo intuye y lo practica, esa idea obsesiona a su narradora y por supuesto a ella misma, a través de una novela testimonial cifrada en los años más difíciles de la historia chilena reciente. Se trata de La dimensión desconocida, Premio de Novela Sor Juana Inés de la Cruz en 2017. Por supuesto, el título resuena desde el principio. La narradora es parte de una generación que se crio frente a una pantalla y para la que, como se dice en varias ocasiones:
los años pasaban lentos. El tiempo era pesado, con tardes eternas de televisión […] en los años setenta, sentada frente a un televisor en blanco y negro del comedor de diario de mi vieja casa veía los capítulos de la Twilight Zone.
La relación con la mítica serie estadounidense es directa, no está en tela de juicio su influencia. Más aún, representa la intrusión de una retórica televisiva dentro del relato. Es a partir de esa primera enajenación que la narradora adquiere las primeras herramientas para explicarse el entorno. Se sabe que con el tiempo habrá de desarrollarse intelectualmente, pero en el primer momento álgido de la novela, el terror la alcanza antes de que una independencia intelectual se haya formado por completo. Cuando el peligro de vivir bajo una dictadura se manifiesta, la primera nomenclatura para clasificar los acontecimientos habrá emanado de una pantalla y esa formulación de la realidad incluirá elementos del discurso televisivo, sin ningún tipo de resistencia. Desde el principio, la concepción de una dimensión desconocida- se bifurca: por un lado es un programa de ciencia ficción que significó expandir los horizontes de expectativas, en lo que a entretenimiento se refería, con tramas tan alucinantes como lejanas del contexto chileno de los años setenta y ochenta. En lo que toca al diseño narrativo, la _dimensión desconocida es el recurso para estabilizar la noción de que una realidad oscura y desconcertante convive de forma paralela a lo cotidiano. Desde las primeras páginas Nona Fernández se apropia de esa referencialidad para situar acontecimientos que poco tienen que ver con la ciencia ficción estadounidense. Precisamente la noción de dimensión desconocida que Nona Fernández desarrolla es la que postula una realidad alterna trastocada por el terror de la Junta Militar: “los gritos que salían de las sesiones de tortura convivían… con los diálogos de la teleserie de las tres de la tarde, con la voz del locutor del partido de futbol. Los prisioneros que entraban por este portón comenzaron a hacerse parte del paisaje”. Sin embargo la retórica televisiva es sólo una parte de la propuesta de Nona Fernández. En el diseño se incluye también una tríada decisiva: la memoria, la documentación y lo imaginado. Es a partir de estos tres elementos que la narradora reconstruye un punto de partida para la narración, es el momento en que una parte de aquella independencia intelectual se despierta, casi de golpe, por un acontecimiento relevante: cuando ella tiene trece años sale a la luz pública el testimonio de un torturador.1 “Yo torturé”, confiesa y su rostro se quedará grabado en la memoria de la narradora y de Nona Fernández, las obsesiona. Aunque existen otros caminos para escribir una novela, Nona Fernández opta por la obsesión por el arrepentimiento de uno de los monstruos. Andrés Antonio Valenzuela. El Papudo. Alguien que “no parecía un monstruo o un gigante malévolo, tampoco un psicópata del que había que huir… podía ser cualquiera. Incluso nuestro profesor de liceo”. Era el hombre que torturaba pero que también se había arrepentido un día. El testimonio es famoso y está disponible en línea pero la manera en que Nona Fernández lo integra a la ficción es inquietante por lo fragmentario, por lo íntimo. Es entonces cuando el mecanismo narrativo se pone en marcha para acercarnos a esa dimensión desconocida que condensa todo: los años del golpe militar, de Salvador Allende que resistió en La Moneda, de La Moneda en llamas, de las detenciones masivas, del terror clandestino, del monstruo que muy lejos aún de arrepentirse se une a AGA (Academia de Guerra Aérea, recinto de reclusión y tortura), del terror público, del monstruo en grupos antisubversivos, de Víctor Jara torturado y asesinado en el Estadio Nacional, de Pinochet viajando al funeral de Franco, del monstruo haciendo guardia en cuarteles clandestinos, de El Chapulín Colorado presentándose en el Estadio Nacional, del monstruo resintiendo la muerte de algún prisionero y llorando a escondidas, del descubrimiento de los cadáveres de desaparecidos en las minas de Lonquén, de las chimeneas llenas de cuerpos y fierros, de los secuestros a pocos metros de los frontis de las casas, de otros dos frontis deshechos por una misma ametralladora, de las armas sembradas, de los cuerpos vejados y exhibidos como trofeos, del monstruo que llega a casa con los pantalones sucios de sangre ante la sorpresa de su esposa, de las primeras marchas por los desaparecidos, del monstruo infiltrado en las marchas por los desaparecidos, del monstruo reconociendo rostros de las pancartas con la total certeza de saber el paradero, de la Televisión Nacional intervenida y transformada en el poder comunicacional de la Junta Militar, del mensaje unánime recorriendo la TV y la radio, del futbol como fachada del terror, de algunas publicaciones que resisten, del monstruo teniendo que amarrar a un compañero con alambres, del monstruo tirando el cuerpo de ese compañero al río, del monstruo temiendo por su vida, del monstruo soñando cada noche con ratas y gritos, del monstruo arrepintiéndose, del monstruo yendo a dar un testimonio a una revista opositora, del monstruo sacándose de encima las condecoraciones de sangre, del monstruo dejando todo atrás para salir del país hacia un exilio protegido en Europa. Los años de los primeros degollados que vieron los medios chilenos, precisamente a causa del arrepentimiento del monstruo, los años en los que una revista sacó a la luz pública el testimonio de un monstruo arrepentido. A partir de ese momento esa zona oculta toma relieve y nunca más se puede ignorar. La narradora consagra buena parte de su vida a reconstruir aquello que corría subterráneamente mientras ella crecía frente a la pantalla. Memoria-documentación-imaginación son los elementos con que alimenta la obsesión que tiene por comprender los años sumergidos en la dimensión desconocida.
Imagen de portada: Fotograma de “The Masks”, el episodio 145 de la serie de televisión estadounidense The Twilight Zone (La dimensión desconocida)