Un pesado cielo de invierno, lleno de nubes grises, era el reflejo del ánimo sombrío en el lado palestino del paso de Ráfah. El imponente muro de cemento, con la palabra “Egipto” rotulada en él, se alzaba sobre un fondo de columnas de humo provocadas por los bombardeos israelíes en la Franja. Esparcidas alrededor había maletas viejas, parchadas y remendadas por manos cansadas, como testimonios de los arduos viajes emprendidos a pie. Entre los varados, un murmullo de conversaciones saturaba el aire, puntuado por las palabras: “mártir”, “herido”, “escombros”. Cada persona sujetaba un pasaporte egipcio o de algún otro país, evidencia de su nacionalidad dual o de su estatus extranjero. Egipto, como bien saben ellos, ha cerrado sus fronteras varias veces a los refugiados palestinos, una política motivada por la creencia del presidente El-Sisi de que, de permitir el paso, se “diluiría la causa palestina” y se cumpliría el deseo israelí de evacuar la Franja.
Los gazatíes que han tenido la fortuna de salir de la enorme cárcel que ha construido Israel conocen el camino hacia Ráfah porque Egipto es la única ruta de salida de Gaza. A pesar de la existencia de cinco cruces por tierra en la Franja de Gaza, Israel solo abre dos de ellos por motivos comerciales de manera intermitente: Bait Hanun (conocido como Erez) y Kerem Abu Salem (conocido como Kerem Shalom). Para los palestinos de Cisjordania, su ruta de salida implica cruzar el puente Rey Hussein hacia Jordania y seguir hacia el aeropuerto Reina Alia en Amán. Para los palestinos que viven en los territorios ocupados en 1948, actualmente conocidos como Israel, su opción es salir por el aeropuerto Lod o Ben Gurión. Sin embargo, si se trata de los palestinos ubicados en Gaza, deben ir hacia el paso de Ráfah y entrar a Egipto. De ahí buscarán llegar al aeropuerto de El Cairo para tomar un avión a donde sea que se dirijan.
El Dr. Khalil (un seudónimo) y su esposa entraron a Egipto recientemente. Viajaron a Arabia Saudita para cumplir con la umrah, la peregrinación hacia La Meca, el 5 de octubre de 2023 y regresaron a Egipto el 30 de noviembre con la intención de volver a Palestina. El médico, de unos cuarenta años, barbado y vestido con elegancia, me comentó los desafíos que han enfrentado: “Visité Egipto muchas veces antes, pero esta vez las cosas se mueven bastante más lento y son más complicadas. Se entiende, dado lo vertiginoso de la situación y todo lo que está sucediendo”. Su voz evidencia la emoción que lo embarga al contar los detalles de la odisea que ha vivido su familia: “Dejar a nuestros hijos fue difícil. Mientras estábamos de viaje, nos enteramos de que los obligaron a abandonar nuestro hogar en Tal al-Hawa. Luego las fuerzas israelíes bombardearon el edificio donde estaba nuestra casa, lo que los obligó a mudarse de nuevo, de Jan Yunis hacia Ráfah. El refugio en el que estaban fue bombardeado y trágicamente murió mi hija Fátima; los demás resultaron heridos. Todos siguen en Gaza”.
Debido al bloqueo económico impuesto para presionar a Hamás, miles de palestinos cruzaron esta frontera en 2005 para abastecerse de insumos de primera necesidad en las ciudades egipcias de Ráfah y El Arish. Sucedió lo mismo en 2008, cuando las necesidades de alimento, combustible y otros suministros se incrementaron debido al asedio israelí. Esto llevó a que Egipto construyera una barrera de cemento entre Ráfah y la Franja de Gaza.
Después de la revolución egipcia de 2011, la entrada de palestinos a dicho país fue un poco más sencilla, más aún a partir de 2012, cuando Mohamed Morsi —miembro de la Hermandad Musulmana— asumió la presidencia. Incluso era posible para los egipcios entrar y salir de Gaza, algo que resultó muy bueno para ellos porque sienten un profundo compromiso con la causa palestina y una hostilidad manifiesta contra Israel, no obstante la posición oficial del gobierno, que sostiene una relación normal con el Estado israelí desde la firma de los acuerdos de Camp David en 1978 y el tratado de paz de 1979.
Ya que el paso de Ráfah no está abierto todo el tiempo, Hamás ha cavado túneles entre Gaza y la región del Sinaí para el tráfico de bienes. El número exacto de túneles sigue sin conocerse, pero en 2020 se estimaba que eran miles. El vocero militar egipcio Tamer al Refai anunció la destrucción de tres mil túneles que, a su juicio, amenazaban la seguridad nacional y se empleaban para el contrabando de armas, municiones y drogas; informó que alcanzaban hasta tres kilómetros de largo y que había otros que llegaban a más de treinta metros de profundidad.1
A finales de 2023, el periódico The Wall Street Journal citó a funcionarios del gobierno estadounidense que sostenían que Israel había instalado bombas hidráulicas para inundar los túneles palestinos con agua de mar. Dada la porosidad del suelo en esa zona, esta medida supone para algunos expertos una posible amenaza ecológica. David R. Boyd, relator especial de las Naciones Unidas, declaró que la destrucción de la única fuente de agua potable en Gaza sería catastrófica tanto para el medio ambiente como para los derechos humanos. Al mismo tiempo, el ministro de defensa israelí Yoav Gallant dijo que Tel Aviv planeaba construir un muro subterráneo antitúneles entre la Franja de Gaza y Egipto, reforzado con tecnología que permita limitar el contrabando de armas entre este territorio y el Sinaí.
Al pensar en todo lo anterior es posible suponer que abandonar Gaza para llegar a Egipto es un sueño para muchos. Egipto tiene una población de más de cien millones de personas, y más de 473 mil refugiados y solicitantes de asilo registrados viviendo en su territorio, según cifras de octubre de 2023 de la ONU.
El Dr. Khalil, el palestino varado al que conocí, tiene familia en el sur de Egipto. Ellos le ofrecieron albergue temporal después de volver de Arabia Saudita. Ahora, sin embargo, reside en El Cairo, porque es donde se encuentran las oficinas gubernamentales y la embajada palestina. No obstante los altos costos de vida en Egipto, muchos ciudadanos apoyan a quienes están varados ofreciéndoles albergue y sustento. La principal preocupación del Dr. Khalil es el vencimiento inminente de sus visados y quieren tramitar una extensión: “Nunca fue nuestra intención quedarnos aquí. Nuestros hijos y nuestra familia están en Gaza y ansiamos volver. Sin embargo, tenemos que conseguir validar nuestro estatus legal en Egipto hasta que nos aprueben el regreso”.
Por otro lado, los palestinos sufren al ser extranjeros, no importa cuánto tiempo lleven residiendo en el país. Egipto no les ofrece la residencia permanente, sino permisos de estancia temporal que duran entre uno y tres años; solo en casos muy específicos pueden extenderse hasta diez. Si tienen hijos en la escuela, pagan la colegiatura en moneda extranjera, aunque en tiempos de guerra se les suele exentar del pago. No tienen derecho a poseer tierras ni a cultivar el suelo, ni siquiera en el desierto, y solo pueden ser dueños de una casa y de un negocio si hay un ciudadano egipcio involucrado como pareja o socio. El gobierno emitió el Decreto 1231 en 2011, que modificó la ley de nacionalidad para permitir que todos los hijos de mujeres egipcias y padres palestinos obtengan la nacionalidad de su madre. Sin embargo, en la práctica, las autoridades no están cumpliendo esta ley.
Los extranjeros también pueden obtener la ciudadanía egipcia por otra vía: la inversión. Las condiciones que ha establecido el gobierno consisten en realizar un depósito de 250 mil dólares en la tesorería de la nación, comprar una propiedad con un precio mínimo de 300 mil dólares o hacer depósitos de más de 500 mil dólares en bancos locales y conservar esa cantidad a lo largo de tres años. Como se puede ver, Egipto no es un país en el que una persona palestina, agobiada por la guerra y la falta de empleo, pueda quedarse a vivir con facilidad. Cuando mucho, se trata de una parada en el camino hacia otro país, que con suerte suele ser Jordania, Turquía o algún otro de población e idioma árabes.
Aunque no hay una cifra oficial, se estima que la cantidad de palestinos que viven en Egipto es de ochenta mil personas. Comenzaron a llegar después del destierro y la desposesión durante la guerra árabe-israelí de 1948, el año en que Israel fue declarado Estado. Ese flujo de personas se mantuvo hasta 1958, en particular desde la Franja de Gaza, que permanecía bajo control egipcio. Durante el gobierno de Gamal Abdel Nasser, un partidario del nacionalismo árabe, los palestinos vivieron relativamente cómodos en Egipto. El presidente creó oportunidades de trabajo y educación para ellos en el sector público, les dio la posibilidad de obtener la residencia y legalizó su situación en el país.
Pero con la llegada de Anwar el-Sadat al poder, en 1970, y su inclinación hacia Occidente y con la intención de firmar los acuerdos de Camp David (en detrimento del nacionalismo árabe), las ventajas para los palestinos comenzaron a escasear. En septiembre de 1975 Sadat firmó un acuerdo que resolvía las primeras crisis entre la Organización para la Liberación de Palestina y el gobierno egipcio. Esto, sumado a su visita a Israel en 1977 y al asesinato del ministro egipcio de cultura Youssef Al-Sibai en Chipre en 1978, llevó al país a modificar sus leyes. Los extranjeros ya no tendrían posibilidad de emplearse y, aunque los palestinos estaban exceptuados de ello, se les comenzó a considerar como extranjeros y se les prohibió laborar.
A comienzos de 1984 se aprobó la ley de Desarrollo de Recursos del Estado, en la que se consideraba extranjeros a los palestinos. Además, el Ministerio del Interior impuso una cuota de residencia a todos los que permanecieran durante un año o más en el país. Estas condiciones aún persisten, además de que las autoridades tienen derecho a investigar a cualquier varón palestino mayor de dieciocho años que entre o transite por Egipto. Sin una visa de algún otro país, para los adultos de entre dieciocho y cuarenta años es casi imposible conseguir un sello de entrada al territorio egipcio.
Así que para los palestinos no es cómoda la vida en esta nación vecina; está llena de burocracia, gastos y trámites que impiden a los sobrevivientes de la guerra refugiarse. El primer paso para salir de la Franja de Gaza es por la frontera de Ráfah. Una vez en El Cairo ya no viven bajo el estruendo de las explosiones ni escuchan los aviones de combate israelí sobrevolando sus cabezas, pero tampoco es un sitio en el que puedan establecerse y construir una patria.
“Egipto es un segundo hogar, pero nada se compara con el verdadero”. El Dr. Khalil está conmovido por el apoyo diario que recibe de los egipcios; sin embargo, sigue decidido a regresar a casa: “A pesar de haber perdido mi casa, a mi hija, y de que mis hijos estén heridos, el peso de lo que ellos experimentan fortalece mi determinación de volver”.
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