dossier Género MAR.2019

¿Qué hay detrás de las siglas LGBTTTIQ?

Gabriela Cano

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La palabra gay forma parte del lenguaje internacional de los derechos humanos; se usa también para nombrar a las personas con capacidad de sentir atracción emocional, afectiva y sexual por personas de su mismo género. Los hombres gay son varones que establecen relaciones amorosas y sexuales con hombres homosexuales mientras que las mujeres gay o lesbianas se vinculan erótica y sentimentalmente con mujeres con las que comparten esa misma inclinación. Unos y otros son poseedores de los derechos inherentes a todos los seres humanos, el derecho a la vida, a la libertad y a la justicia, sin ningún tipo de discriminación. El término gay, originalmente una palabra en inglés, se emplea en muchos idiomas y, en el nuestro, su uso está muy extendido, incluso tiene la aceptación de la tradicionalista Real Academia Española. Con frecuencia, gay tiene una connotación positiva y, a veces, celebratoria de la homosexualidad y de lo relacionado con esa identidad sexual, pero también se usa como un término descriptivo, que no establece ningún juicio de valor. La palabra se emplea en expresiones como bares gay, esos sitios de encuentro a los que principalmente concurren hombres homosexuales o parejas gay, integradas por personas del mismo género. De la misma manera, las bodas gay son ceremonias civiles o religiosas en las que dos hombres homosexuales o dos mujeres lesbianas se unen en matrimonio. En su sentido original gay quiere decir alegre, pero ya nadie piensa que una fiesta gay sea una velada especialmente alegre o festiva y concurrida por personas heterosexuales. Esa acepción en inglés ha caído en desuso y, en su lugar, se ha instalado su significado como sinónimo de homosexualidad, en especial la homosexualidad masculina, que sigue siendo más visible que el lesbianismo.

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La liberación gay surgió al calor de la movilización juvenil y estudiantil de los años setenta para poner fin a la persecución, los abusos policiacos y los chantajes a los que homosexuales, lesbianas, travestis y transexuales eran sometidos de manera recurrente. Al mismo tiempo, la movilización política gay buscaba dignificar las identidades no heterosexuales y hacer evidente que el amor y la sexualidad entre hombres y entre mujeres era algo deseable y gozoso, que no era de ninguna manera una perversión, una inmoralidad o una enfermedad mental como lo sostenían la medicina y la psiquiatría. Tampoco era una práctica antinatural, un desequilibrio de la personalidad o una fase pasajera de inmadurez, sino que era una expresión amorosa y sexual humana de la que no había por qué avergonzarse. Ser gay era motivo de orgullo y las personas gay eran sujetas de los mismos derechos que todas las demás personas. Con el uso de la palabra gay se marcaba distancia de expresiones peyorativas, tanto de las usadas en el lenguaje popular, como maricón, mariquita, joto o tortillera, como del término homosexual, aparentemente objetivo y neutral que, sin embargo, tenía una potente carga negativa y estigmatizante. El Gay Liberation Front se constituyó en Nueva York en 1969 para dar una respuesta organizada a la redada policiaca contra los parroquianos del bar Stonewall Inn de esa ciudad. Los disturbios de Stonewall —cuyo cincuentenario se celebra este año, 2019— marcan un hito en la movilización gay, en el uso político del término y en su internacionalización. En México, como en otras ciudades, se formaron agrupaciones que se inspiraron en el frente gay neoyorkino. El activismo gay mexicano se desató en los años setenta del siglo XX entre pequeños grupos herederos del espíritu contestatario del movimiento estudiantil de 1968. El Frente de Acción Revolucionaria Homosexual y los grupos Lesbos, Lambda y Oikabeth rechazaron la visión patológica de la homosexualidad, protestaron contra las redadas policiacas y exigieron respeto a los derechos humanos de personas gay y lesbianas, pero inicialmente no incluyeron la palabra gay en los nombres de sus organizaciones. En esa época, ésta no se había internacionalizado y su uso remitía a su significado original en inglés que no aludía a la sexualidad heterodoxa. Pasaron unos pocos años antes de que el término se usara en las marchas del orgullo que conmemoraban el movimiento de Stone­wall y su uso se extendiera en el ambiente. En México y en otros países esta palabra resultó insuficiente para expresar la diversidad de los movimientos políticos de la sexualidad y se fueron agregando otros términos y siglas. La L dio visibilidad a las lesbianas como sujetos de sus reivindicaciones. El gesto le quitaba, en cierto modo, la carga peyorativa a la palabra lesbianismo y a sus derivados para imprimirle un significado político. Este vocablo (lo mismo que su sinónimo safismo) alude a la poeta de la Grecia antigua Safo, autora de versos pasionales y originaria de la isla de Lesbos. La bisexualidad supone que una persona tiene capacidad de sentir atracción sexual y establecer relaciones sentimentales lo mismo con hombres que con mujeres y esa atracción puede manifestarse simultáneamente o en periodos sucesivos de la vida. Las relaciones amorosas de las personas bisexuales pueden ser tan permanentes o tan efímeras como las que forman las personas con otras orientaciones sexuales. Las demandas y aportaciones específicas de las personas trans y de las bisexuales se visibilizaron al agregarse las letras BT, con lo que las siglas quedaron LGBT o LGBTTT. Las identidades trans incluyen a travestis, transexuales y personas transgénero y, por eso, en muchas ocasiones la letra T se repite tres veces, aunque una sola abarca las tres expresiones identitarias. Una persona transgénero es quien adopta una identidad de género distinta a la asignada al momento de nacer. Los bebés neonatos se clasifican como niño o niña al poco tiempo de su nacimiento y a partir de esa clasificación se define su nombre y se le educa según sea el caso. Cuando alguien se siente “fuera de sí”, con la identidad asignada por parteras y médicos, puede adoptar el género que corresponda a su sensación interna de ser hombre o mujer, rechazar la adscripción de nacimiento y transitar. Si se asignó niño y fue educado como tal, puede adoptar una identidad de género femenina y dotarse de un aspecto, un atuendo y un lenguaje corporal de mujer. En forma recíproca, alguien clasificado como perteneciente al género femenino puede sentir que esa clasificación no corresponde a su identidad profunda y transitar a una identidad de varón.

Ambera Wellmann, Foot Fetus, 2019. Cortesía de la Galería Lulu

La transición o cambio de género obedece a una pulsión vital y es una decisión difícil de tomar; no es un capricho ni una ligereza. Las personas transgénero con frecuencia prefieren ser reconocidas y tratadas simplemente como hombres o como mujeres, sin que se haga referencia a su transición. Existen muchas formas de transición de género, algunas son permanentes y se mantienen durante toda la vida y otras se conservan sólo durante una etapa. Cuando se trata de transiciones permanentes algunas personas —transexuales— recurren a cirugías y tratamientos médicos para adquirir la anatomía genital y los rasgos corporales que correspondan a su sensación interna de ser hombre o mujer. Los tratamientos hormonales se orientan a provocar el crecimiento o el adelgazamiento del vello facial y el cambio de la voz para que sea más grave y masculina o más aguda y femenina. El uso de las tecnologías médicas supone un cambio de género permanente ya que los tratamientos empleados no pueden revertirse. Ser travesti, en cambio, significa disfrutar vestirse con atuendos femeninos, en el caso de los hombres o, con ropa masculina, cuando se trata de mujeres. El travestismo tiene un elemento lúdico y no siempre va acompañado de una orientación sexual gay; algunos hombres heterosexuales y que se desenvuelven con una identidad masculina disfrutan usar ropa femenina durante algunas horas o algunos días de la semana, de la misma manera que algunas mujeres pueden elegir hacerse pasar por hombres. Las travestis femeninas (también se les llama vestidas, a veces con tono despectivo) con frecuencia eligen atuendos vistosos que acentúan su feminidad y gustan de usar maquillaje cargado y, en general, son mucho más visibles que los travestis masculinos. La letra I se refiere a las personas intersexuales, quienes tienen características corporales que parecen no ajustarse con las nociones biológicas típicas de lo que es un hombre o una mujer, sino que su anatomía genital y sexual o sus patrones de cromosomas tienen características propias. Éstas pueden identificarse desde el nacimiento, manifestarse en la pubertad o en cualquier otra etapa de la vida y no tienen relación con su orientación sexual. La intersexualidad no guarda relación con las inclinaciones homosexuales, heterosexuales o bisexuales. El término hermafrodita es obsoleto y puede tener una connotación peyorativa, por lo que en la actualidad lo adecuado es usar el vocablo intersexual. La palabra queer abarca a las diversas expresiones de género y orientaciones sexuales y aspira a que la fluidez del deseo sexual y la pluralidad amorosa tengan un lugar reconocido. Una persona queer puede identificarse a la vez como hombre y como mujer y sentirse atraída por hombres y mujeres, por hombres viriles o afeminados o por mujeres femeninas o masculinas. Lo queer rechaza las clasificaciones estáticas del deseo sexual y aspira a conservar el misterio y la incertidumbre de las pulsiones eróticas y amorosas. En inglés la inclusión de la letra Q apela a una actitud de permanente cuestionamiento (questioning) de las convenciones sociales y el conocimiento establecido. Para traducir a nuestro idioma ese espíritu contestatario algunas personas escriben en español cuir, conservando de este modo la fonética del inglés. Queer, en inglés, significa raro, extraño o bizarro. Se usó con un sentido peyorativo para referirse a lesbianas y a homosexuales hasta que el término adquirió un significado positivo por impulso del movimiento activista queer. Ser queer es distanciarse de un convencionalismo gay de homosexuales y lesbianas que se habían integrado a la sociedad de consumo, ajustándose a los papeles sociales masculinos y femeninos, dejando de lado el ímpetu subversivo de la liberación gay. La perspectiva queer aspira a trastocar el orden social del género y los mandatos de feminidad y masculinidad, y sostiene que las identidades masculinas son igualmente dignas en mujeres y hombres de la misma manera que el afeminamiento es respetable en hombres y mujeres. La sigla LGBTIQ abarca a la diversidad sexual y de género en sus muchas manifestaciones. Las iniciales se fueron añadiendo para incluir en su agenda de derechos a todas las identidades de género y las orientaciones sexuales. Pero no hay que olvidar que la diversidad también incluye a la heterosexualidad, esa capacidad de relacionarse con hombres y mujeres del género opuesto, que es simplemente una más entre las otras inclinaciones eróticas; no es modelo ni parámetro sino una forma de ser humano. Las identidades de género y las orientaciones sexuales son resultado de un complejo proceso subjetivo en el que inciden su historia de vida, su inconsciente, su entorno familiar y social. Y todas las personas, sean LGBTTTIQ o H, son igualmente frágiles y necesitadas de amor, además de ser poseedoras de los mismos derechos humanos.

Imagen de portada: Mariana Lorenzo Maremoto, 2018