dossier Risa OCT.2020

La risa por venir

Guillermo Espinosa Estrada

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Ante la crisis ambiental en curso, ante esta extinción masiva de especies —ciento cincuenta al día, se calcula— y el paulatino incremento en las temperaturas: de qué reír, cómo, por qué, para qué. Desde que se derriten los polos, mueren los arrecifes y arden con ferocidad las selvas tropicales, suelo hacerme estas preguntas. Concluyo, las más de las veces, que tiene “su tiempo el llorar/ y su tiempo el reír” y, por el momento, las cosas no están para bromas. Pero nos incomoda la seriedad, la solemnidad ni se diga: nos saca ronchas y en ocasiones utilizamos la risa como un subterfugio para no hacer frente a las catástrofes. En particular, a esta gran catástrofe. El emoticono de la carita que ríe tan fuerte que empieza a lagrimear, seleccionado como la palabra del año 2015 por el Diccionario Oxford, sintetiza lúcidamente nuestra situación. Este símbolo, como todos, tiene su ambigüedad, y si bien esas lágrimas se leen como consecuencia de la risa, también podría ser que la risa sea en respuesta al llanto. El humor de la sociedad contemporánea es en ocasiones de patíbulo: una mueca irónica, entre cínica y nihilista, que ríe para no llorar, o hace las dos cosas simultáneamente. Ante este panorama de desolación, patetismo, inercia y negación, trato de imaginar una nueva forma de hacer comedia que me permita reír de nuestra circunstancia sin temor a banalizarla o frivolizarla; una donde sea posible apreciar aquello que Vladimir Propp llamó la “magia de la risa”. Existe un mito etiológico que cuenta cómo la vida sobrevivió en la Tierra gracias a la risa. En su versión tepehua, la que aún se narra en Pisaflores, Veracruz, se dice que un día la diosa del cielo descendió a la superficie terrestre y se negó a seguir iluminando el mundo. La comunidad, atemorizada y entre tinieblas, la buscó por mucho tiempo sin encontrarla, hasta que una lagartija les reveló su ubicación. Estaba oculta, encerrada dentro de una piedra ardiente. A pesar de las súplicas y los ruegos del pueblo, la diosa se negó a salir y a decir palabra, tapando su rostro con sus cabellos negros. Para animarla, la comunidad realizó varios bailes en su honor, pero ni así lograron sacarla de su depresión y su mutismo. Fue hasta que vio danzar a dos hombres disfrazados —uno de viejito y el otro de viejita—, emulando los movimientos del coito, que estalló en carcajadas, salió de su guarida y volvió a iluminar el mundo. Esta reconciliación con la luz, la vida y la reproducción a través de la risa se conmemora cada Día de Muertos. Todavía hoy se escenifica este baile en la fiesta de Todos Santos frente a una imagen de la Virgen María, para su regocijo y el del pueblo en general. Este mito, en todas sus versiones —he podido compilar, además de la tepehua, la egipcia, la griega, la japonesa, la kurnai, la yanomami, la tatuya y la cherokee—, repite el mismo esquema: hay una situación de estabilidad que se ve alterada por un brusco cambio atmosférico; esto provoca un escenario terrible donde la ausencia de calor, agua o fuego amenaza la vida en la Tierra, que sólo recupera su equilibrio cuando alguien hace reír a una divinidad. Es entonces cuando me pregunto: ¿quién va a hacer reír a la diosa? “Nadie”, me respondo a mí mismo después de mi dosis matutina de memes, tras revisar los cartones políticos, luego de leer los titulares del Metro y El gráfico, y corroborar que mis colegas —y yo también— se esfuerzan por practicar un ingenio de salón en la tertulia de las redes sociales. ¿Cómo vamos a restablecer el orden de la vida humana en el planeta? Nuestra comicidad es en buena medida estéril si sólo puede provocar una carcajada a costa ajena o, de vez en cuando, una sonrisa de complicidad. Pero el mito asegura que hay otras formas de reír, y algunas son tan poderosas que las comunidades pueden seguir adelante al descubrirlas.

GRABIEL @grabiel_grafica, Hoy me reclamaron los neoliberales, 2015. Cortesía del artista

Mijaíl Bajtín, en su muy socorrido estudio sobre la cultura popular y la obra de François Rabelais, afirma que la Modernidad destruyó la risa “ambivalente” del carnaval medieval. Las comunidades agrícolas poseían —y en algunos casos aún lo hacen, como se ve en el ejemplo tepehua y en otros— una comicidad casi incomprensible en la actualidad, ya que concebían el mundo con un “alegre relativismo”. En otras palabras, desde su perspectiva la vida es muerte; la muerte es vida y, en este ciclo incesante de defunciones y resurrecciones, la risa de la comunidad es también “ambivalente” y “relativa”, es decir: “alegre y llena de alborozo” por un lado, “pero al mismo tiempo burlona y sarcástica”; “niega y afirma” simultáneamente, “amortaja y resucita a la vez”. La risa comunal festeja que el pueblo “renace y se renueva con la muerte”, y eso es lo que se encuentra en el corazón del baile tepehua en la fiesta de Todos Santos: dos hombres, al disfrazarse de viejitos (y, para aumentar la ambivalencia y la relatividad, uno de ellos de viejita), se sitúan en la frontera con la muerte, pero es una muerte engendradora porque esos bailarines terminan la danza emulando los movimientos de la cópula. Esta risa fértil es inconcebible en la Modernidad ya que ésta no ve la vida como un ciclo, aspira más bien al progreso incesante. Por eso, si queremos hacer reír a la diosa del cielo, es necesario trascender los axiomas de la Modernidad y, con ellos, sus maneras de hacer comedia. Esta risa por venir no está en Netflix, tampoco en los clubs de stand up. No la vamos a encontrar en las galerías de vanguardia, por más irónicas que sean sus propuestas artísticas, ni en las viñetas del New Yorker. Pero creo que existe, y no sólo en formas arqueológicas, fosilizadas o mitológicas, sino que está viva y en continua mutación y experimentación. De hecho, propongo que la manifestación humorística más interesante desde hace un par de décadas entre nosotros proviene en buena medida de este humus milenario; me refiero a la comicidad practicada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Su sentido del humor, aunque preponderante, es un tema que está aún por comprenderse. Tengo la impresión de que hasta ahora se ha entendido como una estrategia discursiva que tiene fines exclusivamente persuasivos, casi publicitarios. Pero creo que el alcance de dicha comicidad es mucho más ambicioso, casi constitutivo del EZLN, y supera el ingenio natural de su vocero. “Deberían cultivar un poco el sentido del humor, no sólo por salud mental y física, también porque sin sentido del humor no van a entender al zapatismo”, escribió el Subcomandante Marcos en su último comunicado, antes de convertirse en Galeano. ¿A qué se refiere exactamente? ¿Qué es eso constitutivo del movimiento que no puede entenderse sin una buena dosis de risa? No creo que se limite a la gestualidad cómica, casi anecdótica, que permea buena parte de su discurso “nomás por hacernos los chistositos”, como dicen en la Sexta declaración de la Selva Lacandona —las máscaras, don Durito, la “escuelita zapatista”, sus “encuentros intergalácticos”, etcétera—; más bien sugiero que alude a una herramienta política y retórica que han utilizado de forma sistemática desde su irrupción en la esfera pública. Creo que cuando el EZLN decidió abandonar el proyecto inicial de avanzar combatiendo desde San Cristóbal de las Casas hasta la capital del país y no detenerse hasta deponer a Carlos Salinas de Gortari, se convirtió, en ese instante, en un movimiento profunda y esencialmente cómico. “La risa —decía Schopenhauer— no nace nunca sino de la percepción repentina de la incongruencia entre un concepto y los objetos reales que en algún respecto se habían pensado con él, y ella misma es la simple expresión de esa incongruencia”. En otras palabras, imagínense un revólver que, en lugar de disparar, saque agua o un letrerito con la palabra: “¡Bang!”. Esto es muy parecido a una guerrilla que renuncie a la posibilidad de tomar el poder político del Estado pero que, al mismo tiempo, se niegue a desaparecer y a dejar de hacer política; o bien, piensen en un ejército de liberación nacional que utiliza rifles de madera. Estas imágenes producen un efecto de incongruencia repentina que nos hace sonreír. Consciente de lo anterior, y probablemente intuyendo las posibilidades revolucionarias de la risa neozapatista, a principios del 2001 Andrés Bustamante, el mejor comediante de México, viajó hasta la Selva Lacandona para entrevistar a Marcos. Esa noche, en su papel de Ponchito, le preguntó muy a su manera:

Traen la cosa esta como de la guerrilla. Pues es la cosa seria porque no es una cosa… Es una cosa importante y todo el rollo, pero tienes muy buen sentido del humor. […] ¿Puede haber ese movimiento serio, pero perder la solemnidad? […] ¿Cómo combinas eso? ¿Es importante el humor?

La respuesta, un poco como la pregunta, se desvía del asunto, pero nos proporciona información invaluable:

Bueno, mira, lo que pasa es que nosotros como ejército somos bastante antimilitares y, así, somos muy relajados, inclusive militarmente. Fue la aportación de las comunidades dentro de la tropa. Hay mucha…, mucho espectáculo, mucha cultura: se juntan los compañeros y hacen sus canciones, sus obras de teatro. […] En ese sentido, no tenemos la formalidad y la seriedad de otros militares.

Esta incongruencia radical de ser una guerrilla que no hace la guerra, o este absurdo de constituir un ejército antimilitar, “fue la aportación de las comunidades dentro de la tropa”, dice Marcos. Y no lo dudo, se trata de una inversión típicamente carnavalesca que proviene, claro está, de la risa fecunda de la cosmovisión agraria. Hemos estado desde hace tiempo ante el despliegue de una guerrilla paródica que ríe y hace reír en formas en que nosotros, aberraciones engreídas de la Modernidad capitalista, no terminamos de entender; miramos con una mueca de indulgencia o estupefacción las payasadas del “subcomediante” y su compañía, sin darnos cuenta de que su sketch tiene un inmenso potencial regenerativo. Ésta es la magia que se oculta detrás de, por ejemplo, propuestas como “La otra campaña” (2005) o la más reciente precandidatura de María de Jesús Patricio Martínez a la presidencia de la república (2018). Se trata, en ambos casos, de bromas colosales, chistes inmensos donde,haciendo mofa de la estructura desgastada e ineficaz de nuestra democracia partidista, el neozapatismo monta toda una campaña política que no busca el sufragio del padrón electoral. En el caso más reciente, el de Marichuy, se trataba de una aspirante a un puesto público que no pedía nuestro apoyo, ¡postulada por un Congreso Nacional Indígena que no iba a votar por ella! Ambos casos pueden ser leídos como sátira política e incluso como performances de vanguardia, pero al mismo tiempo conforman una pantomima que, al hacernos reír, nos permite imaginar que otro mundo es posible. Tengo claro que, si las preguntas son de qué, cómo, por qué y para qué reír en una época crepuscular como la que vivimos, ésta es, sin duda, la respuesta más interesante. “Hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, dijo un día Fredric Jameson y desde entonces sus palabras circulan anónimas por las redes sociales con millones de “Me gusta”. Ante esta típica ironía de nuestros tiempos, me decanto por la propuesta cómica transmoderna del neozapatismo. Durante el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, en agosto de 1996, Marcos señaló: “Contra el horror, el humor”, y es difícil polemizar con esta idea: la comicidad siempre ha intentado contrarrestar el lado trágico de la vida. Pero continuó de forma inusitada: “Hay que reír mucho para hacer un mundo nuevo, porque si no el mundo nuevo nos va a salir cuadrado y no va a girar”. Reír para tallar, en toda su redondez, la civilización futura. El resto de las búsquedas humorísticas me causa la misma gracia que un chiste repetido, pero a esta comedia sí quiero asistir. Quiero formar parte del carnaval que, instaurando un auténtico mundo al revés, aún podría salvarnos.

Imagen de portada: Raúl Ortega, Subcomandante Insurgente Marcos, Selva Lacandona, Chiapas, México, 1994 ©