La memoria de Colón
El 14 de febrero de 1493 Cristóbal Colón pasó muchas horas escribiendo. Era de noche y la tormenta amenazaba con hundir su nave. Entre la duda y el temor a Dios, cruzaba los dedos y se recriminaba a sí mismo por no confiar en la Providencia. Sabía que no podía dudar de la protección divina pero tampoco quería que, en caso de hundirse, la proeza que acababa de realizar también naufragara ante la memoria de la humanidad y su historia. Por ello se empeñó en dar cuenta detallada de su encuentro con los naturales de las islas recién descubiertas, la fundación del fuerte que ordenó construir con los restos de la naufragada Santa María, los 39 hombres que se quedaron esperando en ese lugar al que llamaron Navidad, la crónica de los primeros encuentros con los salvajes y una copia fiel de los mapas que trazó en esas costas que él creía eran las de Cipago, es decir, el Japón. El mar azotaba en la penumbra y había olas “indecibles”. Entretanto y para pasar el tiempo, los marineros apostaban algunas mandas para sobrevivir: hacer una procesión, ayunar, ir en camisa al templo. Colón también participó del juego. Horas más tarde, mientras que sus hombres creían que se trataba de una petición, Colón echó al mar un barril sellado con cera. En su interior iban la carta dirigida a los reyes católicos y una petición que dejaba a su suerte con la esperanza de que alguien entregase esos folios y mapas. Aún pensando en su eternidad y gloria, el almirante también incluyó dos copias para que fuesen entregadas a otros destinatarios. En ellas rogaba a sus amigos Gabriel Sánchez y Luis de Santángel que compartiesen su historia. Nunca se supo del destino de ese barril, pero veinte años más tarde el cartógrafo turco Piri Reis agregó los trazos del mapa de Colón en uno de los primeros Mappae-Mundi que abarcó todos los continentes de la Tierra, incluida la Atlántida.
Los afanes de Solimán
En la historia de la conquista de América, el Imperio Otomano es apenas una sombra. Poco se habla de las relaciones de vasallaje a las que Carlos I de España y V de Alemania, sometió al Sacro Imperio Romano Germánico. Sitiada la ciudad de Viena en tres ocasiones, invadida Hungría, tomada Chipre y temeroso de que los turcos fortalecieran su alianza con los franceses, el emperador Carlos V escribió una carta donde se despojaba de sus títulos nobiliarios, comprometiéndose a reconocer el poderío de Solimán el Magnífico, a cambio de que el Imperio Otomano detuviera sus planes para avanzar por Europa. En cambio, Solimán lo humillaba constantemente, acusándolo de falta de virilidad y encima se daba el lujo de admirar al conquistador español más despreciado por el propio Carlos V. Mientras éste ignoraba a su capitán general, Solimán vivía obsesionado por la gesta de Hernán Cortés. Leía con avidez las noticias de la conquista y su curiosidad por los territorios descubiertos le significaba una verdadera pasión. No cabe duda de que entre los conquistadores de esos días había cables cruzados que los convertían en una red sujeta por una columna vertebral. En el caso de Solimán, Cortés y Carlos V, el modelo a seguir era Alejandro Magno. Son muchas las notas que demuestran la fascinación que el macedonio ejerció en las estrategias militares de estos tres hombres en cuyo afán de ganar tierras dibujó el futuro de la tensión que aún existe entre el este y el oeste, el islam y la cristiandad. Así, mientras desde el palacio Topkapi, Solimán contemplaba el milagro americano y Carlos V vivía celoso de su capitán general, en los virreinatos de América nunca se preguntaron cuál era el otro grave problema que el imperio español tenía en el extremo mediterráneo de sus fronteras. Faltaban los mapas mentales y físicos para entenderlo. Faltaba la cabeza de alguien que terminara de dibujar al mundo, ese huevo que aún no se entendía completo. Los primeros trazos de ese proyecto se hicieron con sangre. Mientras en 1521 Cortés tomaba la Gran Tenochtitlán, las fuerzas otomanas del emperador turco atacaban Belgrado. Al mismo tiempo que los conquistadores españoles se replegaban tras la Noche Triste, las llanuras de Hungría eran tomadas por Solimán el Magnífico, quien ya tenía en la mira a Transilvania y Viena. La caída de Belgrado provocó tal vilo en los europeos, que la desesperación aceleró la caída de Carlos V. Así, el Mediterráneo perdió su paz. Entusiasmado con las posibilidades del imperio, el turco puso la vista en esas aguas y se lanzó a su conquista gracias al apoyo de sus lugartenientes. Se trataba de un grupo selecto de marineros ambiciosos y arriesgados que vivían de rescatar árabes expulsados de España y robar bienes a los navegantes de los reinos vecinos.
Barbarroja, el Hernán Cortés de los otomanos
Hizir bin Yakup nació en la isla de Lesbos en 1475. Hijo de un alfarero griego y de una musulmana andalusí, creció a bordo de un bote comprado por su familia para comerciar las ollas de barro y demás piezas de alfarería producidas en el taller de su padre. A veces también se dedicó a transportar garo, una salsa de pescado que fue muy querida en el Imperio Romano. Tuvo varios hermanos, uno de ellos, Aruj, fue el primero en volverse marinero y prestar sus servicios al arte de los corsarios. Luego le siguió otro de menor edad llamado Ilias. Cuando se hizo de su barco Hizir emprendió su propia aventura en el mar Egeo. Así, esta familia fundó la organización de piratas más prestigiada del mar Mediterráneo, que operaba en Anatolia, Siria y Egipto, enfrentaba el poderío de los Caballeros de San Juan en la Isla de Rodas, azotaba Mallorca y convirtió a Tesalónica en uno de sus lugares favoritos. Mientras los tres marineros se convertían en uno solo y desplegaban su tarea en el mar, Ishaq el primogénito se quedó en Lesbos, administrando el consorcio; éste despertó el interés de la corona gobernante en Estambul y de los comerciantes que deseaban defenderse de los Caballeros de San Juan pues tenían en jaque al comercio otomano. Tras atravesar combates, prisiones y rescates, los hermanos corsarios crecieron su flota, primero en 24 galeras que les fueron entregadas en el puerto de Esmirna, con las que invadieron Apulia en las costas italianas, para luego hacerse de otras dos embarcaciones. El negocio prosperó hasta que el proceso sucesorio en la capital del imperio orilló a Aruj a exiliarse en Egipto e incluso sumarse a una expedición que el sultán Qansoh Al-Ghuri pensaba hacer a la India. Para 1503 el pirata se instaló en la isla de Yerba, cerca de Túnez, convirtiendo ese sitio en su base de operaciones. Ahí lo alcanzaron Hizir e Ishaq. Entonces se dedicaron a transportar musulmanes mudéjares desde España hasta el norte de África. Entre el transporte de personas y los asaltos corsarios amasaron una fortuna tal, que decidieron ponerse al servicio de una causa que tuviera sentido. Por esa razón, en 1515, Aruj envió una bolsa de joyas preciosas al sultán otomano Selim I. De vuelta, el padre de Solimán le hizo llegar dos galeras nuevas y dos espadas incrustadas de diamantes. Los hermanos se apoderaron de Argel y Aruj se declaró sultán. Conquistaron Médéa, Tènés y Miliana. Tiempo después, para congraciarse con el Imperio Otomano, el “mejor de los piratas” renunció al sultanato y lo cedió al emperador. Con eso, los hermanos corsarios ganaron el apoyo del ejército jenízaro, armas y barcos. Pero la gloria de Aruj estaba por terminar y la de Hizir por emerger. En mayo de 1518, Diego de Córdoba, quien en la guerra de Granada hizo prisionero al rey Boabdil, llegó a Tlemecén con diez mil soldados españoles y miles de beduinos. Tras el asedio, que duró casi un mes, Aruj e Ishaq cayeron muertos en combate. A partir de ese momento, Hizir bin Yakup heredó el título de Baylar Bey y el nombre de guerra de su hermano mayor: Barbarroja.
Kemal Reis, perro de mar
Regresemos el reloj hasta 1504, cuatro años antes de que el papa Julio II encargase la bóveda de la capilla sixtina a Miguel Ángel. Mientras Cristobal Colón recorría las costas de lo que hoy es Venezuela, el Vaticano decidió enviar unas embarcaciones llenas de mercancías de Génova a Civitavecchia. Al mando de los italianos venía el capitán Paolo Vittori. Julio II tenía fama de ser un papa guerrero, apasionado de las estrategias, la seguridad y la política militar. El expansionismo de su papado parecía más el de un monarca que el de la cabeza de una religión. El comercio no era una cosa menor para él. Sin embargo cometió un error: creyendo que el mar estaba libre de piratas, ordenó que ese viaje fuera con poca guardia. Las naves papales se acercaban a la isla de Elba cuando en su ruta vieron una embarcación con las velas caídas, casi girando sobre su propio eje. Pensando que se trataba de marinos inexpertos, Paolo Vittori ordenó que les prestasen ayuda. Cuando estaban muy cerca, las velas se hincharon y el piloto experto de Barbarroja empezó a maniobrar a toda velocidad para abordar a sus enemigos. Los hombres del papa reaccionaron demasiado tarde. Los berberiscos se adueñaron de la nave y sus tesoros e hicieron prisioneros a los tripulantes. El estratega de tal acción fue un corsario nacido en Galípoli y lugarteniente favorito de Barbarroja, llamado Kemal Reis. Luego de iniciar su carrera naval al servicio de la flota de Eubea, adquirió fama y prestigio por su disciplina y por su conocimiento de las mareas. En 1487 recibió la encomienda de defender las tierras del emir Abu Abdullah, gobernante de Granada. Luego asaltó Málaga, las Islas Baleares y Córcega, para de ahí llevar sus tropas hasta Pisa. Mientras Colón volvía de su primer viaje al Nuevo Mundo, Kemal Reis era un héroe para los suyos, que rescataba de las costas africanas del Mediterráneo a los árabes expulsados de España. La vida del corsario continuó entre Estambul y el Golfo de Trento, incluidos los viajes a La Meca y Medina, por órdenes del emperador Bayaceto II, donde transportó a trescientos musulmanes y custodió los tesoros que el Imperio Otomano enviaba a las ciudades santas, incluidos cuatrocientos mil ducados. Luego, Kemal Reis se sumó en Túnez a Barbarroja como lugarteniente. Tras el asalto a los italianos, hizo revisar las pertenencias de toda la marinería. Entre ellos venía un español, que traía un penacho hecho de plumas de loro y un mapa dentro de un zurrón de bombasí azul. Luego de romper sus grilletes y subirlo a popa, el marinero fue interrogado. Ahí el prisionero español juró que había viajado tres veces a las tierras del Nuevo Mundo, bajo el mando de Colón, dueño del mapa.
Halil Edhem y la pared del palacio
Ahora adelantemos unos siglos. Tras el colapso del Imperio Otomano y la expulsión de los griegos a cargo de Mustafa Kemal “Atatürk”, se produjo la abolición del sultanato de Mehmed VI y la proclamación de la República de Turquía. Venían los años de la reconstrucción. Era 9 de noviembre de 1929 y por las ventanas rotas del palacio de Topkapi se filtraba un viento frío. Los albañiles y maestros de obra trabajaban arduamente en la remodelación de la antigua sede imperial. El objetivo era convertir ese palacio en un museo. Por todos lados había señales de otras épocas: retratos recargados en fila, instrumentos de música, baúles llenos de papeles y fotografías, muebles rotos, colecciones de timbres y reales de a ocho, espejos y alfombras. Con el fin de recuperar la arquitectura original, un par de trabajadores daban mazazos a un muro. Tras liberar unos ladrillos descubrieron una pequeña cámara oculta. En su interior encontraron cubiertas de polvo unas pieles de gacela. Los trabajadores hicieron venir al director de los Museos Nacionales. Se trataba de Halil Edhem Eldem, hijo del gran visir Ibrahim Edhem Pasha, hermano del experto en monedas antiguas Ismail Galip Bey y del pintor Osman Hamdi Bey. Graduado en geología y química en el Instituto Politécnico de Viena, doctorado en filosofía por la Universidad de Suiza, Eldem regresó a Turquía para convertirse en viceministro de industria militar. Su pasión por la historia y su equilibrio entre las ideas y el sentido práctico lo convirtieron en investigador, político y apasionado de las antigüedades. Cuando entró a la sala donde aguardaban los albañiles, pudo ver un bulto iluminado por las lámparas. Parecía un animal herido. Tras contemplarlo unos minutos, desanudó los lazos y extendió la piel con cuidado. Con una escobilla de pelos finos descubrió los trazos en negro y rojo sobre el color amarillento del lienzo animal. Se trataba de un mapa antiguo, que llevaba cuatro siglos desaparecido y que ahora encontraban amontonado sobre unos portulanos ocultos tras una pared. En el momento que su mirada, ayudada de la lupa, se topó con el texto escrito en uno de los extremos, Edhem se quedó sin respiración. El texto decía: Este mapa fue dibujado por Piri Ibn Haji Mehmed, conocido como el sobrino de Kemal Reis, estando en Galípoli, en el mes muharrem del año 919 (1513 de la era cristiana).
Piri Reis, Cartógrafo de la tierra
Al descubrir los trazos del mapa que el español traía entre sus ropas, el comandante Kemal Reis mandó llamar a su sobrino. El joven cartógrafo lo observó pasmado, al tiempo que pasaba sus dedos por el contorno de esas tierras de las que todo el mundo hablaba. A partir de ese momento inició quizás el más ambicioso proyecto que la cartografía universal había visto: tener una idea completa de los territorios del planeta. Piri Ibn Hadji Muhammad, mejor conocido como Piri Reis nació en 1465 en Karatay, provincia otomana de Konyea. A los doce años, después de emigrar con su familia a Galípoli, aprendió a navegar y a leer las estrellas. Hablaba perfectamente turco, español, árabe, griego y portugués. Fue aprendiz y compañero de viajes de su tío, Kemal Reis, participó en infinitas gestas desde Venecia hasta Rodas y nunca supo el alcance de su creación, un mito tan poderoso como la desaparición del afamado Coloso. Piri sabía de los viajes de Cristóbal Colón y de las expediciones españolas y portuguesas al Nuevo Mundo. Obsesionado por conseguir los diarios del navegante, aficionado a coleccionar cuanto mapa y portulano se le pusiera enfrente, quien más tarde se convirtiera en almirante de la flota otomana, pasó su vida dedicado a elaborar dos grandes obras: El Mappae-Mundi que, en sus propias anotaciones, está basado en diversos planisferios y mapamundis dibujados en la época de Alejandro Magno, así como en mapas ptolemaicos, árabes y portugueses que muestran las tierras “del Hind, del Sind y del Tsin”. En sus notas, Piri explica que, además, las tierras de oeste están basadas en un mapa que fuera propiedad de Colón. Al final del párrafo donde hace la descripción de su mapa, el cartógrafo escribe: “Reduciendo dichos mapas a la escala correcta, es éste el resultado al que he llegado. Por ello, este mapa es correcto y de total confianza para los Siete Mares del mismo modo que los mapas de nuestro propio país se consideran correctos y merecedores de toda nuestra confianza por los marinos”. La segunda obra importante de Piri Reis es El libro de las materias marinas (Kitab-i Bahriye). Se trata de una compilación anterior, donde el autor trazó y explicó en detalle los territorios del Mediterráneo. Para 1526, el cartógrafo terminó una nueva versión de este atlas náutico, que dedicó a Solimán el Magnífico. En esta segunda versión del libro, el autor realiza una amplia explicación de su Mappae-Mundi, explicando que había regalado una copia a Selim I, durante una estancia en El Cairo. Esta nueva versión de El libro está compuesta de 210 capítulos y posee un largo prólogo donde narra en verso sus aventuras con Kemal Reis en el Mediterráneo, además de describir otros mares, particularmente el Golfo Pérsico y la costa atlántica de América. El cuerpo de cada capítulo va describiendo los territorios que ese mar toca. Cada uno de ellos viene acompañado de mapas a gran escala que permiten observar los detalles de los principales puertos y ciudades de la época, cosa que hace de los documentos hechos por Piri Reis algo muy distinto de los mapas italianos o a los portulanos portugueses que, normalmente, se concentraban tan sólo en los trazos cartográficos. La poesía, sumada a la crónica y a la cartografía, produjo un diálogo sin par entre la literatura y la geografía. Pero el mapa que hoy se conoce es también una elipsis, cuyas anotaciones y costuras rotas hacen suponer al resto. El documento encontrado es tan sólo un fragmento de uno mucho más grande, que encuentra esta evidencia tanto en las frases rotas a la mitad como en uno de los bordes.
…en esta costa una torre …es sin embargo …en este clima dorado …tomando una cuerda …se dice que midieron
Otra evidencia del mapa completo se encuentra en las anotaciones existentes en el cuerpo del mapa presente y en la descripción que el autor hace de éste en su última versión de El libro de las materias marinas. ¿Dibujó Cristobal Colón el mapa que los turcos recuperaron de aquel marinero español? ¿O se trataba de un mapa trazado por alguien más antes de sus expediciones y que sirvió al almirante Colón como guía de viaje? No lo sabemos, pero el mapa de Piri Reis apunta algunas respuestas, abriendo otras nuevas: ¿Era su mapa un plan otomano para conquistar el Nuevo Mundo o sólo se trataba de un ejercicio para entender la geografía mundial y la defensa de las ciudades santas? ¿O simplemente el cartógrafo quiso mostrar a la cabeza de su imperio los descubrimientos de españoles y portugueses? ¿Existió la Atlántida? ¿A qué mapas de Alejandro se refiere? Los turcos no tenían flota atlántica ni la tecnología para hacerse de barcos que pudieran cruzar el mar, pero igual que hicieron con el manejo de los metales, las armas y la pólvora, eran rápidos aprendiendo. El desarrollo filosófico y científico del Imperio Otomano representaba el cruce perfecto entre teocracia y ciencia. Sin embargo, el interés que Solimán el Magnífico tenía fue una carrera contra el tiempo que fue minándose cuando el despliegue de sus frentes en Asia, Europa y el norte de África no le ajustaron para siquiera pensar en abrir uno nuevo ante lo desconocido. Eso se sumaba al desgaste económico y comercial que le significaban los avances de los marineros portugueses en el Océano Índico y la llegada de los españoles por Asia. Si gracias a su alianza con Barbarroja, el emperador Solimán hubiera recuperado la península ibérica; si su alianza con los franceses hubiera sido de largo aliento o si sus guerras contra Viena, Nápoles y Hungría hubieran logrado un control permanente sobre Europa, quizás el mapa de Piri Reis se hubiera convertido en la carta de navegación que habría garantizado el avance del califato islámico sobre los infieles del mundo.
La metamorfosis de Piri Reis en documento
Cuando los trabajadores de Halil Edhem encontraron las pieles de gacela no sabían que aquello era tan sólo un fragmento del mapa y que, al romper la pared, el almirante Piri Reis volvía del pasado, transfigurado en mapa. Si se le mira de frente, el pedazo que aún sobrevive (y que representa el tesoro mejor guardado de ese edificio hoy convertido en museo) veremos que tiene una forma irregular, mide noventa por sesenta y cinco centímetros y está repleto de ilustraciones de animales, dibujos fantásticos y accidentes geográficos. También de barcos ajenos a la marinería turca. En el mapa se alcanza a ver gran parte del litoral americano, principalmente América del Norte, Brasil y las Antillas (Antylie). Del otro lado África. Elaborado con trazos que igualan la escala de los distintos mapas con los que fue dibujado, posee un entramado de líneas de rumbo dibujadas en rojo y negro, que atraviesan el océano Atlántico. En el sur se muestra la Antártida antes de ser descubierta. El mito de la Atlántida en el mapa se debe precisamente a que hasta el siglo XIX no se sabía de la existencia del Polo Sur. Sin embargo, aún no existe ninguna hipótesis creíble que explique cómo se obtuvo el trazo del litoral antártico dados los escasos conocimientos geográficos que aún existían en 1513. Quizá la teoría más racional es aquella que entiende a esos trazos como el dibujo del litoral argentino y que éste fue dibujado en esa parte del lienzo por falta de espacio. La duda emerge de nuevo porque la exactitud y la exigencia del autor en guardar distancias y proporciones, lo mismo que su costumbre de escribir explicaciones, bien pueden anular esta interpretación. Por otro lado, en el mapa aparecen (con sorprendente exactitud en proporciones y distancias) la localización de las islas Canarias y de los Andes. Resulta asombrosa la detallada representación de esta cadena montañosa y algunos de sus animales más característicos. A ello se suma el trazo de algunas islas que en la época aún eran desconocidas para la navegación y los conquistadores. Ahora bien, lo más atractivo del mapa son las anotaciones. En ellas se revela no sólo una forma poética de hacer cartografía, sino el mundo en el que navegaban los exploradores. Se trata de un universo donde la ficción, el miedo a lo desconocido, la novedad y el descubrimiento componen toda una cosmogonía. El Piri Reis es, además de un mapa, la carta de navegación que guía a ese Nuevo Mundo, visto con los ojos de la curiosidad otomana. Dejo aquí algunas frases escritas sobre el mapa que bien dan cuenta del imaginario, el tono poético y el conocimiento con que el cartógrafo manchó esa piel de gacela:
Este país está poblado. La población entera camina desnuda.
Esa región es conocida como Antilia. Está en el lugar donde el sol se pone. Dicen que ahí hay cuatro tipos de loros: blancos, rojos, verdes y negros. La gente se come su carne y fabrica penachos con sus plumas.
Aquí hay una piedra. Parece una piedra de toque. Ellos la usan como hacha.
Un libro cayó en manos del mencionado Colombo, donde se decía qué había al final del mar del Oeste [Oceáno Atlántico].
El infiel portugués ha relatado que el día más corto es de dos horas y el más largo de veintidós. Pero el día es cálido en la noche y hay mucho rocío.
Y en este país parece que existe un monstruo de cabellos blancos y una especie de buey de seis cuernos.
Este país es un desperdicio. Todo está en ruinas y se dice que está habitado por serpientes muy largas. Los infieles portugueses no atracaron sus barcos aquí, también dicen que (el lugar) es muy caliente.
Antes de esto, se pensaba que el mar no tenía fin ni límite, y que en el otro extremo había oscuridad. Ahora que han visto que este mar está ceñido por una costa y que es como un lago, lo han llamado Ovo Sano.
La cabeza de Piri Reis fue un mundo que resistió 89 años hasta que sus mapas le pusieron una X. En 1547 fue destinado a Suez como almirante de las flotas del Mar Rojo, el golfo Pérsico y el Océano Índico. Hacia 1552, encabezando una flota de treinta galeras, se lanzó a la conquista de Ormuz. Quedándose a la espera de que el bey de Basora, Kubad Pachá, le enviase pólvora, las bajas fueron tantas que el almirante decidió replegarse en Egipto para rehacer su armada. Mientras viajaba, Kubad Pachá envió un informe a Estambul, acusando a Piri Reis del delito de deserción. A su llegada al Cairo solicitó cita con el gobernador del lugar. Para ese momento su sentencia de muerte estaba firmada. Entre los mapas más hermosos que incluyó en su Libro de las materias marinas fue el de la ciudad del Cairo. Ahí en fliligrana y con finos trazos se ven sus puentes, palmeras, corrientes y palacios. El cartógrafo nunca imaginó que, tras una vida al servicio del imperio, sería acusado de traición y decapitado justo en el sitio donde su mano dibujó una mancha roja. Como un huevo, hasta ahí rodó su cabeza.
Imagen de portada: Piri Reis, mapa de Venecia, ca. 1525.