Primero llegó el zumbido de la polémica, que a veces suena a caja registradora: un libro autobiográfico, un autor exitoso, una exesposa molesta y un contrato del que se conocen apenas ciertos detalles. Durante los meses más duros de la pandemia fui siguiendo el chisme en la prensa francesa. Se había anunciado el nuevo libro de Emmanuel Carrère (París, 1957), su primera novela en seis años, y lo rodeaba el escándalo. En la víspera de la publicación, Hélène Devynck —periodista, expareja del autor— sacó un artículo en Vanity Fair expresando su enojo con la novela; al divorciarse —explicaba— habían firmado un contrato según el cual el escritor no podría seguir utilizando la vida de Devynck en sus libros. Según ella, Yoga violaba dicho acuerdo y, además, lo hacía de mala fe, pues se presentaba como “ficción” para cortejar a los jurados del Premio Goncourt, que no premian nada que pueda considerarse non-fiction o testimonio. Tratándose de cualquier otro libro, las implicaciones de la polémica (que ya Jorge Volpi comentó con suficiente detalle en “De otras vidas que la mía”, un artículo publicado en la revista Campos de Plumas) no importarían tanto. Pero a lo largo de Yoga Carrère afirma, primero, que no va a incurrir en ninguna mentira, luego que incurrirá en una mentira “por omisión” al no contar nada de lo relativo a su divorcio y, finalmente, que introdujo personajes y tramas de ficción en el libro (no sabemos si para ganar el Goncourt o porque la realidad le quedó corta). Es decir, que la relación entre mentira, verdad y ficción está en el centro de este —perdón— artefacto narrativo, y que el propio autor buscaba —y quizá temía— el borramiento de la frontera entre lo literario y lo extraliterario, que finalmente ocurrió —dándole un empujoncito a las ventas y haciendo que se le escapase el prestigio del premio—. Se suele citar El adversario (2000) como el libro a partir del cual Carrère renunció a la ficción de forma definitiva para dedicarse, exclusivamente, a la “novela de no ficción”, por usar una fórmula que él mismo suscribe. Pero, al agrupar todos sus libros posteriores bajo esa misma etiqueta, se corre el riesgo de borrar una diferencia importante. En títulos como El adversario, Limónov (2011) o El reino (2014), Carrère partía de una circunstancia autobiográfica para después correrse hacia bambalinas y dejarle los reflectores a otros personajes, construidos con las herramientas del periodista o del historiador, según el caso. El asesino múltiple Jean-Claude Roman, el extravagante escritor y disidente ruso Eduard Limónov o el periplo vital del apóstol San Pablo pasaban a ocupar el centro gravitacional del libro, y la pluma de Carrère brillaba especialmente al transmitir su entusiasmo por estos personajes desmesurados. En cambio, en libros como Una novela rusa (2007), De vidas ajenas (2009) y, ahora, Yoga —autobiográficos de un modo más convencional, si se quiere— el reflector recae enteramente sobre el propio narrador, y Carrère se siente obligado a venderse como un personaje tan interesante como los otros (spoiler: no lo es). Yoga comienza con la minuciosa descripción de un retiro vipassana al que el autor asiste en enero de 2015: diez días meditando, en estricto voto de silencio, desconectado de todo. La mezcla de disciplina y desconfianza con que Carrère aborda la búsqueda espiritual, los ocasionales dardos de humor autoinfligido y las reflexiones sobre el trabajo literario —y su posible incompatibilidad con la iluminación— convierten esa primera parte del libro en un auténtico goce. El novelista, en pleno dominio del oficio, desgrana su longeva relación con dos prácticas orientales (el taichi y el yoga), intercalando recuerdos de juventud, referencias a sus libros anteriores y un calculado egocentrismo que, por una extraña alquimia, hacen simpático al autor. Luego, la realidad irrumpe en ese idílico retiro y desvía por completo los planes declarados del libro: el atentado terrorista contra Charlie Hebdo, que sacudió a Francia en esos primeros días del año, obliga a Carrère a abandonar su retiro. A partir de ahí, el tono cambia radicalmente. A los reposados recuerdos de la primera parte le sigue una especie de prisa por contarlo todo, con el omnipresente autor siempre al centro del relato: la devastación del terrorismo islámico, la envidia por no ser tan famoso como su compatriota Michel Houellebecq, la muerte de su editor de toda la vida, un affaire extramarital (contado con esnobismo y sin gracia), el divorcio, el diagnóstico de trastorno bipolar, un internamiento psiquiátrico, la terapia de electroshocks y, para cerrar, la redención biempensante: Carrère se da cuenta de que los pobres migrantes tercermundistas sufren más que él y se paga un viaje a una isla griega, donde conoce a un grupo de adolescentes árabes (desenfocados e intercambiables) en un campamento de refugiados, les da clases de escritura creativa y los inicia en el noble camino de la meditación trascendental. En el centro de todo ese batiburrillo existencial palpita una omisión (en atención a un contrato, se sabe): no se dice nada sobre la ruptura amorosa, y tenemos que asumir que ese silencio es elocuente en sí mismo —así nos lo dice, una y otra vez, el malhadado narrador del relato—. Pero ese vacío, que tendría que darle centro y estructura a la novela, sólo añade ruido a un libro de por sí ruidoso. Sabemos que Carrère es capaz de tejer una ficción de relojero en torno a un secreto (ahí está su Una semana en la nieve, para más muestras), pero la impresión que deja Yoga es que quiso serle fiel a la falta de coherencia de la vida misma: no hay una estructura clara ni una linealidad causal en la trama. Al mismo tiempo, las herramientas siguen siendo las de una narrativa tradicional y psicologista. El libro se queda a medias. Hay, desde luego, recompensas por el camino: el pasaje sobre una polonesa de Chopin interpretada por Martha Argerich, por ejemplo, o el ritornelo reflexivo en torno al yin-yang y la conciliación de los opuestos. Conmueve también el homenaje al amigo y editor fallecido, que revela la importancia de esa figura hoy casi extinta. Pero algo, en el fondo, no cuaja del todo, y uno termina extrañando al Carrère de Limónov o El reino, capaz de retirarse un rato del escenario para dejar que brille el Objeto de su Fascinación (mayúsculas intencionales). Novela autobiográfica con licencias ficticias, relato que moja el pie en todos los temas de actualidad que importan a los franceses, historia de desamor sin desamor a la vista, Yoga es un libro mediano de un escritor que nos tiene acostumbrados a mucho. Quizá por eso no termino de sacudirme los reparos éticos y legales esgrimidos por Hélène Devynck en su derecho de réplica, que se quedan rondando tanto como los mejores párrafos del libro.
Imagen de portada: Devidasa de Nurpur, Shiva y Parvati. Folio de la serie Rasamanjari, 1694–95. Metropolitan Museum Collection