De todas las formas de discriminación que hay en el mundo, el racismo es quizás la más absurda. Los científicos nos lo han dicho hasta el cansancio: no existe ningún fundamento biológico ni genético en la idea de raza. Agrupar a la gente según su tono de piel, sus rasgos faciales o capilares carece de sentido. Las características físicas de un ser humano no tienen incidencia alguna en su corazón, su cerebro o su comportamiento. Es más, el hijo de una mujer blanca puede nacer negro y viceversa. Se trata más bien de una construcción social: alguien que es percibido como blanco en República Dominicana puede ser considerado negro en Alemania. Y sin embargo, ¿cuántos crímenes se han cometido basados en prejuicios raciales? La Historia lo ha demostrado: si a alguien le es útil el racismo es a los gobiernos y a los grupos que ostentan el poder, pues facilita la división y la opresión del otro, como ocurrió con los judíos pero también con los tutsis, los gitanos y los chichimecas. En México, bajo el cobijo del mito de una nación mestiza, se ha sometido silenciosamente a la mayoría de los pueblos originarios. Con el pretexto de igualarnos a todos se exterminan sus lenguas y sus culturas y se les inculca un sentimiento de vergüenza por su identidad. Nos guste o no, hoy vivimos en un sistema generado desde el colonialismo que se ha perpetuado hasta la fecha por conveniencia de algunos; un sistema que supera a los individuos y en el que de una u otra manera participamos todos. Incluso si nuestros sentimientos son nobles y aunque consideremos nuestro comportamiento moralmente intachable, los blancos gozamos de un privilegio ancestral imposible de ignorar. Tenemos más oportunidades de educación, y un acceso más inmediato a la salud, a los puestos directivos y al poder. Es por eso que el mal llamado “racismo a la inversa” no existe a pesar de lo que algunos pretendan. El racista es por definición la persona que está en el privilegio, y desde ahí discrimina a los que se encuentran en situaciones de desventaja. La discusión sobre la raza constituye actualmente un tabú en la mayoría de los países. Amparados en la corrección política, los beneficiados evitan abordarlo y —como siempre— los que sufren discriminación son quienes a costa de todo tipo de humillaciones, incluso arriesgando su propia vida, han conseguido ponerlo sobre la mesa. Las recientes protestas en Estados Unidos tras los asesinatos cometidos por la policía contra individuos negros e inocentes han visibilizado el tema en el mundo entero. El movimiento Black Lives Matter ha servido para que también los mexicanos cuestionemos nuestras prácticas racistas. Se trata de un impulso muy positivo de introspección y autocrítica tanto individual como social que aunque era urgente en este país había tardado mucho en suscitarse. Para contribuir al debate, la Revista de la Universidad de México decidió dedicar el número de septiembre de 2020 a este tema. Nuestra intención es revisar nuestras creencias, nuestras prácticas más cotidianas y las diversas formas en que el racismo se ejerce en nuestros entornos. Desde el sistema de castas colonial hasta la actualidad, existe en México una aspiración al blanqueamiento, explícita en expresiones como mejorar la raza. Sobre esta obsesión escribe Federico Navarrete en su ensayo titulado “La blanquitud y la blancura, cumbre del racismo mexicano”. Según el mandato colonial, no se trata únicamente de producir hijos cada vez más blancos y con rasgos europeos, sino de mimetizarnos culturalmente con el grupo dominante y conservar así la brecha identitaria en la que está basada la inmensa desigualdad económica que nos aqueja. En su ensayo “¿De qué sirve el asco? Racismo antinegro en México”, Mónica Moreno aborda la invisibilización de los afrodescendientes, uno de los grupos más numerosos e ignorados en nuestro país. También ella desmonta el mito del mestizaje, de esa supuesta combinación de indio con europeo, en la que se borra todo rasgo distintivo de los pueblos originarios y que no reconoce el inmenso componente africano que hay en México. Las autoras afroestadounidenses Kamilah Foreman y Stacia Brown publican dos ensayos muy íntimos y poderosos acerca del maltrato que reciben las personas de color, las reflexiones y los sentimientos de rebeldía que las acompañan en este momento histórico en su país. Mexicana de orígenes afroasiáticos, la joven Jumko Ogata describe su experiencia de racialización, tanto en la California de su infancia como en Veracruz y en la Ciudad de México, mientras que en “Bastarda” la boliviana María Galindo discurre sobre las prácticas discriminatorias comunes en el continente, heredadas de la abusiva mentalidad colonial. Dos poetas negros de Brasil retoman el tema desde su propia experiencia, mientras que Julián Herbert se sirve de las premisas perequianas sobre lo infraordinario y de la limitada flânerie que le permite la pandemia para descubrir el “racismo residual” en el perímetro de su casa. Rescatamos también un fragmento de la importante Autobiografía de mi madre de la autora de origen antiguano Jamaica Kincaid. Pero los continentes europeo y americano no son los únicos en donde la racialización juega un papel central en las dinámicas sociales; Verónica González Laporte, historiadora y novelista, escribe desde Corea acerca del blanqueamiento salvaje al que se someten los habitantes del “Reino Ermitaño”. El recorrido al que te invitamos está puntuado por fragmentos de varios manifiestos de esta lucha extendida en el tiempo: desde “¡Yo acuso…!”, el texto con el que Émile Zola denunciaba el antisemitismo en Francia, hasta la “Primera declaración de la selva Lacandona”, publicada por la Comandancia General del EZLN a inicios del levantamiento zapatista de 1994, pasando por el célebre “Tengo un sueño” de Martin Luther King. Todos ellos nos dan cuenta de esta sed de igualdad a través de los siglos, un anhelo de justicia que sigue lejos de su cumplimiento. Celebramos esta conversación porque creemos que para generar un cambio social son necesarios el análisis y la autocrítica. Sólo una vez que reconozcamos nuestros prejuicios y las distintas maneras en que ejercemos la discriminación y el racismo podremos modificar nuestro comportamiento.
Imagen de portada: Protesta de Black Lives Matter en Filadelfia, Estados Unidos. Fotografía de Rob Bulham, junio 2020. CC