Playa Bagdad, de Antonio Ramos Revillas
Ciudades hace tiempo enterradas
Leer pdfAnte la ausencia de un ser amado, la realidad entra en modo de espera. En Playa Bagdad, una llamada telefónica instala a Miguel en esta condición. Al otro lado de la línea está la voz exasperada de su hermano mayor, Marcelo, quien le informa que los padres de ambos están desaparecidos. O, mejor dicho, que los ha perdido. El episodio sumerge a Miguel en una nebulosa de desánimo y memoria. Su realidad aguarda entre paréntesis.
Con esta situación límite, Antonio Ramos Revillas (Monterrey, 1977) inaugura una novela que, en menos de doscientas páginas, palpa las hendiduras de la otredad, las complejidades irreconciliables de la relación entre hermanos —incluidos los enconos de la infancia— y el desconocimiento entre quienes creían que sus vidas eran colindantes.
Los hermanos Santiago son dos hombres que, quizá sin advertirlo, compiten por el cariño paterno. Miguel se sabe —o cree saberse— poseedor de esa predilección y justifica, con esa frágil certeza, las acciones y reacciones de su hermano. Por su parte, Marcelo es un hombre divorciado que padece un anhelo por compensar a sus padres. Se siente en deuda con ellos por el tiempo que vivió en la Ciudad de México. La dinámica fraternal de los Santiago parece determinada por una fuerza electromagnética. Aunque se repelen —secretamente, Miguel se alegra por los fracasos de su hermano—, el vínculo que los ata los compele a atraerse de forma irremediable. “Apenas estaba en problemas salía a buscarlo”, admite Miguel. La suya es una hermandad de talante subatómico.
No es gratuito que en la novela el primer contacto entre los hermanos ocurra a la distancia. Con ese telefonazo abrupto, Ramos Revillas establece, apenas arrancado el relato, que la ficción en ciernes descansará sobre un pedestal endeble: una comunicación interrumpida e insostenible. Esta decisión supone un desafío singular para el autor, pues los lectores no podemos ver a Marcelo ni vivir con él su angustia. Accedemos a ella solamente a través del relato de Miguel. Y aunque desconocemos la versión de Marcelo, creemos conocer su destino pese al sesgo de Miguel, porque para este punto de la historia somos ya lectores enganchados. El propio Miguel nos advierte que su reconstrucción de los hechos “si no es del todo fidedigna, tampoco es falsa”. Con encomiable destreza, Ramos Revillas engrana el naufragio interior de Marcelo, ese hombre que busca a sus padres (en un intervalo de apenas cuatro días), con el dardo certero en el que se convierte la voz de Miguel, quien se arroja hacia los confines más remotos de su memoria para darnos razón de los desencuentros e incompatibilidades con su hermano a lo largo de sus años de formación.
Autoría sin identificar, puesta de sol sobre las llanuras inundables al oeste de Playa Bagdad, 2005. Wikimedia Commons, CC 3.0.
Hay una escena que resulta enternecedora porque sintetiza la ambivalencia de ese nexo. El pequeño Miguel observa a su hermano mientras duerme. Estudia una cicatriz que tiene cerca del ojo y, con curiosidad innata, le pasa el dedo por encima. Es el retrato de un hermano menor que descubre y contempla el rastro del dolor ajeno. Un rastro al que volverá asiduamente en los años posteriores, pues —parece alertar el autor— nos atrae aquello que es distinto a nosotros: “Siempre lo había visto como un extraño, pero un extraño que me fascinaba”.
En un luminoso ensayo sobre recuerdos y olvidos, Lydia Davis se pregunta: “¿Por qué quiero que el pasado (el material contenido en mi memoria) esté vivo en el presente? […] ¿Y por qué quiero compartirlo con otros? ¿Por qué no me conformo con dejarlo donde está y recordarlo en soledad?”. Playa Bagdad se cuestiona asuntos similares. La novela, hábilmente articulada en dos secciones, es pródiga en reflexiones sobre la búsqueda de identidad y la aspiración a reconciliarse con el pasado. Por eso Ramos Revillas nos vuelve testigos de los momentos estelares de una infancia y una adolescencia cuyos recelos parecen inofensivos, pero que a la postre se revelan como el origen de una incisión descarnada.
“En el pasado se encuentra la mejor ficción de cada uno”, sugiere Miguel. Y en esa acotación reposa un pilar cardinal de la novela. Esteta de la ficción, Jorge Volpi ha remarcado que la etimología del término deriva de fingere, que en latín no significaba “fingir” sino “modelar”. Para él, la ficcionalización es un proceso análogo a la artesanía: “La realidad es la arcilla y nuestro cerebro es el que la modela”, ha dicho. Por lo tanto, la única forma en que los humanos nos relacionamos con lo real es a través de ficciones que nos ayudan a ordenar el mundo.
Cuando Miguel escucha el llamado de auxilio de su hermano, comprende que solamente puede asistirlo si recrea el itinerario de su delirio en Matamoros, pues en este punto del relato ya no se sabe nada sobre Marcelo e intentará buscarlo. Entiende que debe seguir sus pasos para ordenar —ficcionalizar— su trayecto. De modo que, si atendemos a la definición de Volpi, no es arriesgado decir que en Playa Bagdad estamos ante una ficción cuidadosamente urdida dentro de otra ficción más grande: un acertijo de espejos que se resuelve pieza por pieza.
Al terminar la primera parte, el autor ofrece sus armas. Nos revela que la ficción que acabamos de atestiguar es producto de un desvarío. El periplo obedece a la mente afectada de Marcelo: sus padres jamás estuvieron desaparecidos —esto lo sabía Miguel a priori—, pero Ramos Revillas nos ha hecho creer lo contrario para hacernos experimentar la zozobra de Marcelo. Un artilugio de formidable astucia narrativa. Sólo entonces intuimos que a Marcelo no lo anima una pulsión de búsqueda sino, de huida y que aquella invocación de auxilio podría ser la última estratagema de la pugna fraternal.
La geografía encuadra las historias de Antonio Ramos Revillas. Si en Los últimos hijos (Almadía, 2015) situó a Irene y Alberto, un joven matrimonio regiomontano, en las carreteras y amplitudes del norte del país, en Playa Bagdad confina a sus protagonistas a las calles de la Heroica Matamoros, ciudad otrora notable por sus cuantiosas exportaciones algodoneras. No obstante, desde hace veinte años integra, con Reynosa y Nuevo Laredo, la región que concentra el mayor número de personas desaparecidas per cápita en Tamaulipas, de acuerdo con algunos especialistas.1 Pero la historia de la nación, como señaló Rosario Castellanos, “se ha desarrollado casi siempre en las circunstancias más adversas”. Y las ficciones que surgen de esta patria no son ajenas a tal principio.
Arthur Rothstein, ruinas de edificios en el pueblo minero fantasma de Rhyolite, Nevada, EUA, ca. 1940-1943. New York Public Library, dominio público.
La violencia del crimen organizado acecha el relato de inicio a fin. Ramos Revillas juega con la posibilidad de adjudicar la desaparición de Marcelo a sicarios o traficantes de órganos. Sin embargo, logra la hazaña de apartar la atención de sus lectores de ese fantasma de dientes afilados. Nos dirige, en cambio, a una exploración de lo íntimo. “Perderse implica que se trata de una elección consciente, una rendición voluntaria, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía”, escribió Rebecca Solnit. Quizá por eso Marcelo elige el rincón más apartado, la punta olvidada del país, para ejecutar su último acto de escapismo.
Playa Bagdad se ocupa también de otros temas, que Ramos Revillas injerta de forma sobresaliente en la trama: la incapacidad de procesar la vida, la disonancia que resulta de los fiascos cotidianos y de la orfandad en potencia. Esto último interesa particularmente al autor regiomontano. Lo ha visitado incluso en su literatura juvenil. En Reptiles bajo mi cama (Editorial Progreso, 2009), Daniel, un niño de diez años, se mira en el espejo y busca en los gestos que le devuelve esa imagen las facciones de sus inexistentes padres. De modo similar, Playa Bagdad indaga en las sensaciones del desamparo. “La muerte de los padres”, escribe “es piedra de toque en la vida de todos. Nos vuelve otros aunque no queramos. Con su partida, la nuestra también se hace visible.”
“La comprensión de lo que somos”, ha escrito Juan Villoro, “depende de aquilatar ciertos instantes decisivos.” Para Miguel, ese momento ocurre durante una noche frente al televisor. Visitaba a Marcelo en la Ciudad de México. Apoltronados frente a la pantalla y al margen del temple desencantado de Samantha, la esposa de Marcelo, los hermanos miraban un documental sobre ciudades perdidas y abandonadas. “Da miedo, ¿no?”, comenta Marcelo. “Igual y eso somos, ciudades sobre las que alguien prohibió reconstruir.”
Playa Bagdad es una novela sobre aquello que desaparece y la autodeterminación de evaporarse, de entregarse al abandono. “¿Y si la salida real es eso, borrarse de la vida de los otros, empezar en otros sitios?”, concluye Miguel cuando comprende al fin que su hermano ha desaparecido por elección propia.
En una charla con su traductor al inglés, Italo Calvino comentó: “Los novelistas cuentan aquella verdad que está oculta en la base de cada mentira”. Con Playa Bagdad, Antonio Ramos Revillas ha confirmado que el único triunfo posible para ciertas verdades está en las falencias de la memoria.
Antonio Ramos Revillas, Playa Bagdad, Alfaguara, México, 2024.
Imagen de portada: Arthur Rothstein, ruinas de edificios en el pueblo minero fantasma de Rhyolite, Nevada, EUA, ca. 1940-1943. New York Public Library, dominio público.
Alfredo Peña, “Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo concentran el mayor número de desaparecidos en Tamaulipas”, Excélsior, 11 de abril de 2024. En cuanto al número de desaparecidos, Tamaulipas ocupa el segundo lugar nacional, ver “Informe nacional”, Red Lupa e Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, 16 de mayo de 2024, disponible aquí. ↩