Oh qué será, qué será…

Revoluciones sexuales: del optimismo al desconsuelo y viceversa

Revoluciones / dossier / Octubre de 2017

Sandra Lorenzano

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Oh qué será, qué será  que vive en las ideas de los amantes,  que cantan los poetas más delirantes… 

1.

La voz de Chico Buarque insinúa y provoca. Lo “qué será” está presente en cada instante de la vida: íntima, privada, pública, colectiva, social. Los discursos proliferan, Foucault dixit; desde el siglo XVII se habla de sexo, ¿desde dónde?, ¿para qué? No se trata de placer —dice el filósofo francés— sino del control de los cuerpos y del deseo. Aquello que creemos “natural” es en estos términos una construcción discursiva vinculada al poder, un dispositivo ligado a las grandes instancias controladoras desde el establecimiento de rígidos y represivos controles morales; en primer término: la Iglesia católica. Así, la revolución sexual, las revoluciones sexuales, en plural, se dan como consecuencia de un proceso de secularización que caracteriza la época contemporánea y que, a pesar de sus vaivenes, sus idas y sus vueltas —especialmente en países desiguales como México— resulta imparable e irreversible. ¡Aleluya! Con su máximo desarrollo a partir de mediados del siglo pasado, las luchas por los derechos de las mujeres, en primera instancia, y por las minorías sexuales, posteriormente, desafían los códigos tradicionales vinculados a la moral sexual, las relaciones entre los sexos y los sistemas de disciplinamiento. Imposible separar estos desafíos y transformaciones de los movimientos juveniles nacidos en la década de los sesenta, de las posturas pacifistas, del cuestionamiento a la estructura familiar, a los autoritarismos políticos, de la conciencia sobre las desigualdades en nuestro continente y del papel que las nuevas generaciones jugaron en éstos.

2.

“Mi cuerpo es mío”, gritan las letras sobre la piel joven. “Mi cuerpo es mío”, corean miles de mujeres a su alrededor. Hay enojo, dolor, pero también la fuerza y la enorme felicidad que da la sensación de sentirse “una con todas” en el espacio público. De sentirse unx con todxs.

Jesús León Jesús León, Boca, 2000

El feminismo se constituye a la vez como una reflexión teórica y un movimiento social que busca básicamente la reivindicación de los derechos de las mujeres, así como la transformación de las relaciones de poder entre los sexos. Heredera de Mary Wollstonecraft y de las sufragistas inglesas, de Simone de Beauvoir (ninguna frase más repetida que aquella de “La mujer no nace, se hace”), de Kate Millet y de Betty Friedan, nuestra historia tiene también raíces en México. No olvidemos, por ejemplo, los dos congresos feministas de Yucatán de 1916, organizados por mujeres de avanzada edad como Hermila Galindo y Elvia Carrillo Puerto. O la lucha por el voto femenino, obtenido finalmente el 17 de octubre de 1953. En los años setenta inicia la llamada segunda ola del feminismo, con la incorporación masiva de las mujeres a los estudios superiores y al campo laboral. La doble jornada, la discriminación, la violencia sexual, se convirtieron en los principales temas de discusión. De la mano del marxismo y del psicoanálisis —representado fundamentalmente por la francesa Luce Irigaray, la italiana Carla Lonzi, y la inglesa Juliet Mitchell— y teniendo como referentes ineludibles a los “gurús” del momento, Masters y Johnson, las mujeres comenzaron a reflexionar y a hablar sobre su propio deseo, sobre su propia sexualidad: cuerpo, conciencia e inconsciente tramados en una realidad marcada por siglos de control y sumisión. Uno de los temas más importantes fue, a partir de esto, la reflexión sobre la construcción social de la sexualidad.1 Desde comienzos de los setenta, el feminismo se convirtió en uno de los motores de los cambios sociales, culturales y sexuales de nuestro país. Las mujeres revisaron de manera crítica la historia y la literatura, cuestionaron los modelos familiares y de pareja, se enfrentaron a los convencionalismos, desafiaron al machismo de derecha e izquierda, reivindicaron su derecho al trabajo remunerado, a la independencia, al placer.

3.

“Pi pi pi píldoras… anticonceptivas”, cantaban Les Luthiers en su “Cantata de la planificación familiar”. No podemos hablar de “revolución sexual” sin dedicarle siquiera unas líneas a este descubrimiento que transformó la vida de las mujeres. “La salida al mercado de la primera píldora se produjo en medio de los debates sobre la ‘explosión demográfica’ y las transformaciones en las relaciones de género, los modelos familiares y las pautas de la sexualidad. […] Ya fuera pensada como un arma del imperialismo o como un símbolo de la liberación femenina, esta pastilla marcó un punto de ruptura fundamental en la historia de la anticoncepción y la sexualidad”,2 transformando la relación de las mujeres con el placer y con la maternidad, con el deseo y la libertad sexual. Y sabemos que pocas cosas ponen más nerviosas a las “buenas conciencias” que un cuerpo libre y gozoso.

4.

En este mínimo recorrido por la historia de nuestra propia revolución sexual, merece un lugar especial la lucha por la despenalización del aborto. En 2007, después de casi cuarenta años de trabajo del feminismo, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la despenalización de la práctica del aborto inducido hasta las doce semanas de embarazo, en caso de decisión de la mujer, y hasta las veinte semanas en caso de violación. En La interrupción legal del embarazo, Marta Lamas, la figura principal de esta lucha, hace un recuento histórico de las diferentes etapas que llevaron a la decisión de 2007.3 Parte de la estrategia fue mover la discusión de “a favor o en contra” del aborto, para mostrar que se trataba no de un tema “personal” sino de un asunto de salud pública y de justicia social. Actualmente, y mientras en el resto del país las muertes provocadas por complicaciones al abortar representan la quinta causa de muerte materna, la Ciudad de México es la única entidad con tasa cero. Cero muertes frente a miles de muertes: los prejuicios y el conservadurismo se ensañan con los cuerpos femeninos.

Rosa Jesús León, Rosa, 2000

5.

Estos elementos que hemos venido planteando a lo largo del texto y cuyo objetivo último es la democratización de la sexualidad,4 con todo lo que esto implica de apertura, respeto, tolerancia, diversidad, se han dado de manera desigual en términos sociales y/o geográficos. Dicho en pocas palabras: ha habido importantes transformaciones que sólo han beneficiado a sectores de la clase media urbana, y sobre todo de la Ciudad de México, dejando fuera a millones de habitantes del país. Siempre me ha sorprendido el modo en que lxs mexicanxs (esta X que disgusta a tantos representa un modo incluyente de referirnos a las identidades sexuales y de género, que permite ir más allá de una clasificación dicotómica —hombre, mujer— que resulta ya insuficiente ante la complejidad del mundo real) hemos “naturalizado” estas exclusiones. Por eso sigue resultando emblemática con respecto a la situación femenina una novela como _Balún Canán_ de Rosario Castellanos. Publicada en 1957 es, en última instancia, un libro sobre el poder. En él, la opresión es la constante en las relaciones cruzadas por los ejes de género, raza y clase social. Como el eslabón más débil de una perversa cadena de opresiones, se encuentran las mujeres indígenas. Ante el dolor de esta situación que parece irrevocable dentro y fuera de la novela, Castellanos enarbola un último e irreductible espacio de poder: la memoria. Es esta misma memoria como base de la identidad la que buscó reivindicar la comandante zapatista Esther en su discurso de marzo de 2001, en la máxima tribuna de la nación. A lo largo de su intervención hizo referencia a cada uno de los prejuicios y violencias a los que debe enfrentarse una indígena. Quizá no haya ni uno solo de estos prejuicios ni de estas violencias que desconozcamos quienes vivimos en México, pero nunca antes los habíamos escuchado enunciados de manera abierta y franca, y a través de los medios oficiales de comunicación, por una mujer “del color de la tierra”. Me he preguntado muchas veces qué podemos decir, qué _debemos_ decir, desde el feminismo ante estas desigualdades. Qué podemos o debemos decir ante la violencia de género, ante los feminicidios, ante los índices de violaciones sexuales en nuestro país, cómo llegar a las obreras de la maquila, a las trabajadoras domésticas, a las campesinas, a las migrantes, etcétera, etcétera. ¿De qué tipo de revolución sexual, de qué tipo de democratización estamos hablando si los cambios por los que se ha luchado dejan fuera a un porcentaje altísimo de la sociedad? Y, sin embargo, tal vez sólo podamos avanzar así: poco a poco. Sin olvidar en ningún momento que “El patriarcado es el crimen más organizado de la historia”, para decirlo con palabras de Las Reinas Chulas en la obra _Las miserables_, y recordando, de paso, que la irreverencia, el humor, la burla, han jugado desde siempre un papel importantísimo en la crítica a los poderes establecidos. Entre 2000 y 2014, el número de mujeres asesinadas en México ascendió a más de 26 mil.[^5] Sin duda: el crimen más organizado de la historia.

6.

Se considera que el movimiento lésbico-gay nace el 26 de julio de 1978, cuando un grupo se unió a la marcha que demandaba al gobierno la liberación de los presos políticos.5 Ese mismo año, la conmemoración por los diez años de la matanza de Tlatelolco tuvo por primera vez un contingente de homosexuales. Casi ochenta años antes, el 20 de noviembre de 1901, una redada policial en la Ciudad de México sorprendió a 42 hombres en una fiesta. Son 42 “canallas de éstos, vestidos los unos de hombres y los otros de mujer que bailaban y se solazaban en aquel antro”, como lo dijo el diario El Popular, a la mañana siguiente. La información oficial posterior habló solamente de cuarenta y un participantes; la leyenda popular dirá que el que falta es ni más ni menos que Ignacio de la Torre, casado con la hija de Porfirio Díaz. La redada de los 41 (número incorporado al habla popular mexicana como sinónimo de homosexual) fue —en palabras de la historiadora Gabriela Cano—, “un acontecimiento mediático que hizo visible la homosexualidad en México y hoy es referencia cultural para la diversidad sexual de nuestro país”.[^7] Después de ese episodio suele hablarse de una primera irrupción de identidad y resistencia gay vinculada al círculo de los Contemporáneos. Creadores que convierten su marginalidad con respecto a los valores hegemónicos en una centralidad estética y de vida que hace de la verdad del deseo su fundamento. La segunda irrupción corresponde a junio de 1979, cuando se realizó la primera Marcha del Orgullo Homosexual, siguiendo la flamante tradición nacida en Estados Unidos en conmemoración de la redada de junio de 1969 en el _pub_ conocido como Stonewall Inn en Nueva York, y que se considera el inicio del Movimiento de Liberación Homosexual. En los años ochenta, la aparición del sida disminuye el entusiasmo y obliga a un repliegue marcado al mismo tiempo por la reflexión y el duelo. De manera simultánea los prejuicios homofóbicos se fortalecen. Escribe Guillermo Osorno:

Había terminado una especie de edad de oro que duró desde 1978, >cuando la gente salió a marchar a las calles, hasta 1982 cuando >el Partido Revolucionario de los Trabajadores lanzó por primera >vez en la historia a dos candidatos gay para la Cámara de >Diputados en las elecciones de ese año […] A partir de estos >sucesos, toda la visibilidad lograda, los espacios en los >medios, las pequeñas victorias en la batalla cultural, todos >los esfuerzos de los años anteriores se desmoronaron…6

Mucha agua ha corrido bajo el puente de la moral mexicana desde aquella época: la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo es una de las muestras de la apertura de las conciencias. La Ley de Sociedad de Convivencia del Distrito Federal entró en vigencia en marzo de 2007. En enero de 2017, la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México elevó a rango constitucional el matrimonio igualitario.

Marcha Foto de Tatiana Sotres

La democratización de las sexualidades tiene que ser vista, necesariamente, como una lucha por los derechos humanos. En este contexto quisiera destacar el hecho de que la Marcha del Orgullo LGBTTI de este año tuvo como una de sus consignas principales el respeto a las personas transexuales y transgénero.7 Lo trans* necesitaría quizá nuevas páginas en este texto y deberían empezar por esta forma de escribirlo, con asterisco, propuesta por el teórico y activista Mauro Cabral, quien busca remarcar así “la pluralidad de experiencias corporales y subjetivas, social, cultural y políticamente situadas, que puede abarcar el término trans”.8 No olvidemos que nuestro país ocupa un vergonzoso y muy preocupante segundo lugar a nivel mundial en crímenes de odio por homofobia, lesbofobia y transfobia. Dentro de estos crímenes las principales víctimas son los trans.9

7.

Sin duda, las discusiones en torno a las sexualidades están hoy atravesadas por nuevos ejes que nos obligan a tomar partido tanto en términos teóricos como de activismo social: el postfeminismo, las identidades múltiples, lo queer vuelto “cuir” —porque el sur también existe—, la interseccionalidad… Desde los espacios de la micropolítica, del deseo, de la estética, se trata de cuestionar el orden político y cultural establecido. ¿Será el “desordenamiento”, en tanto liberación de las etiquetas y sus construcciones corporales, la verdadera democratización sexual? En un mundo como el nuestro en el que imperan la desigualdad, la injusticia, la intolerancia, la violencia, la discriminación contra cualquier forma de sexualidad que desafíe los patrones heteronormativos, el compromiso ético con las luchas de las “minorías” resulta imprescindible. Por eso quisiera terminar estas notas, a pesar de todo, con un cierto optimismo. Finalmente, todo tiempo pasado fue peor en términos de conquistas y derechos. Así que “a vivir que son dos días”, o que el fin del mundo nos encuentre no confesados, como dice la sabiduría popular, sino entrelazados, entrepiernados, viviendo _todxs_ una sexualidad libre y feliz, y a la vez abierta, tolerante, solidaria e incluyente. Así sea.

Foto de portada: Tatiana Sotres

  1. Véase Marta Lamas, “20 años de feminismo”, Nexos, 1 de julio de 1989. 

  2. Karina Felitti, La revolución de la píldora, sexualidad y política en los sesenta, Edhasa, Buenos Aires, 2012. 

  3. Marta Lamas, La interrupción legal del embarazo. El caso de la Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, México, 2017. 

  4. Carlos Monsiváis prefiere el concepto “democratización de la sexualidad” en lugar de “revolución sexual”. Véase Que se abra esa puerta, presentación de Marta Lamas, prólogo de Alejandro Brito, Debate feminista / Editorial Paidós Mexicana, México, 2010. 

  5. Véase Carlos Monsiváis “Paisaje de batalla entre condones”, Nexos, septiembre de 1989; Jordi Diez, “La trayectoria política del movimiento Lésbico-Gay en México”, Estudios Sociológicos, núm. 86, mayo-agosto, El Colegio de México, México, 2011. 

  6. Guillermo Osorno, Tengo que morir todas las noches. Una crónica de los ochenta, el underground y la cultura gay, Debate, México, 2014. 

  7. Agradezco a la Dra. Siobhan F. Guerrero Mc Manus la información que me proporcionó sobre este tema. 

  8. Véase Alba Pons, “De las transformaciones sociales a las micropolíticas corporales: un archivo etnográfico de la normalización de los trans* y los procesos de corposubjetivación en la Ciudad de México”, tesis de doctorado en ciencias antropológicas, UAM-Iztapalapa, 2016. 

  9. “México, segundo lugar mundial en crímenes de odio: ONG; la homofobia predomina entre mexicanos: Enadis” en sinembargo, 17 de mayo de 2014