Estuve muy atenta a su conversación con Silvia Cusicanqui en la Feria del Libro de 2018 y hubo varios temas que nos gustaría retomar de ahí y de los libros que he leído de usted para profundizar. Uno de ellos es: ¿cómo opera esta educación capitalista diferenciada por género en la infancia?
Creo que es una temática muy relevante porque en todos los movimientos sociales, como el marxismo, el socialismo y en parte también el feminismo, la educación de la infancia no ha tenido un lugar importante a pesar de que es fundamental para la creación de una nueva sociedad. Entonces yo creo que se debe poner más atención en nuestra relación con los niños y las niñas a partir de sus primeros años de edad. Por ejemplo, una temática que me preocupa mucho es la violencia contra la infancia, que siempre se ha legitimado, siempre ha sido presentada como una cosa natural. La infancia se ha representado en el capitalismo como un estado bastante degradado de vida porque los niños son los irracionales, los que todavía no son productivos, a pesar de que el capitalismo se ocupa de la infancia pensando que son los futuros trabajadores y por lo tanto deben ser disciplinados. Y como los niños no tienen razón se pueden disciplinar también con la violencia física, pero esta violencia no aparece como violencia, se presenta como “educación”. Entonces creo que esta temática es fundamental para pensar en la educación de la infancia. Porque no nos damos cuenta de qué tan humillante y traumatizante es para una persona pequeña ser parte de un núcleo familiar en el que en cualquier momento puede ser abusado de esta forma. El movimiento de las mujeres debe poner la lucha contra la violencia hacia los menores como parte de su programa fundamental, y también la escuela. La escuela se debe repensar completamente, a partir de las necesidades de la infancia y de su comunidad. Porque hoy la escuela se decide desde arriba, con objetivos que salen del mercado laboral. Necesitamos una educación escolar que incremente la creatividad. La infancia tiene una creatividad inmensa: no nos damos cuenta de lo que significa descubrir el mundo. Y, ¿cómo se puede descubrir —cómo se puede relacionar con las categorías que hemos construido para enseñarles—? Es un proceso de descubrimiento importante para recrear nuestra visión del mundo.
Debemos adoptar una óptica con la que podamos aprender de los que tienen una mirada nueva, de los que miran al mundo con ojos nuevos. Se debe cambiar la concepción de que los niños son vacíos que se deben llenar y que nosotros sabemos cómo hacerlo. Esta problemática está al centro de los movimientos sociales y es claro que en cuanto a la diferencia de género hay que enseñar una concepción completamente diferente, de las diversidades sin jerarquía y sin separación. Hay que aprender que el femenino y el masculino son construcciones sociales también. Entonces yo creo que es un terreno central y estratégico para cualquier movimiento que se pone el objetivo de cambiar el mundo.
¿Esos procesos de disciplina asignan identidades con base en el género y educan para ciertos trabajos?
La división sexual del trabajo y su jerarquía empiezan en la casa. En muchos lugares, por ejemplo, la división de género se hace en los primeros años de vida: es la niña la que hace el trabajo doméstico. El niño tiene una libertad más grande, puede jugar y compartir con otros. Las niñas a partir de que nacen son las que están en la casa. Esta división empieza muy, muy pronto.
¿Cuáles son, en su opinión, las nuevas formas de violencia contra las mujeres que se hacen posibles en un contexto en el que los medios de comunicación dependen del internet, por ejemplo, o circulan a través de él?
Es una cuestión muy compleja. La violencia contra las mujeres es algo sustancial, muy integrado a la zona de trabajo capitalista. Por ejemplo, el movimiento feminista ha hecho todo un análisis de cómo en la familia nuclear está siempre la posibilidad de la violencia legitimada por el Estado porque se le da al varón el poder económico, el salario o el título de propiedad de la tierra y la mujer se ha creado como dependiente. A través de este poder económico el Estado delega a los hombres el poder para disciplinar a las mujeres. Es una forma de gobierno indirecta. Así que muchas veces las mujeres se enfrentan a los hombres y no al Estado, pero el hombre de la familia es su representante y sabe que si le pega a su mujer, el Estado lo tolera porque es parte de su deber —como disciplinar a los hijos es parte de la formación ciudadana—. Y todavía hoy existe esta forma más pública de la violencia contra las mujeres en áreas rurales porque son ellas las que más defienden la tierra y los bosques del extractivismo. También hay una violencia general contra las mujeres como respuesta a la búsqueda de autonomía. La pregunta que tú me has hecho es particularmente interesante porque resulta que los medios y el internet están facilitando esta violencia. Por ejemplo, lo que está pasando en Estados Unidos, aquí en México lo vivimos cotidianamente. Hay una violencia contra las mujeres muy fuerte. Se dan casos de mujeres que van a un parque y las drogan, las violan ¡y después ponen la imagen en el internet! O a través del internet existe el bullying. Esto es un fenómeno verdaderamente nuevo que necesitamos comprender: cómo los medios han facilitado una nueva forma de violencia más sutil que ya han padecido tantas jóvenes, algunas de las cuales incluso se han suicidado. La idea de usar los medios para circular imágenes degradantes de las mujeres se está conectando con la multiplicación de las formas de violación.
En atención a estas nuevas dinámicas que permiten los medios de comunicación, a mí en lo personal me han llamado la atención los movimientos de denuncia y señalización pública como #MeToo. Me pregunto qué tanto esos mecanismos sí crean nuevos contextos de resistencia y hasta dónde hay un alivio simbólico nada más.
A mí del movimiento #MeToo me preocupan más cosas. Principalmente me preocupa que se esté creando una imagen del violador muy limitada: la del hombre poderoso que abusa de su poder. En realidad, lo que se oculta o que no se evidencia lo suficiente es que la violencia contra la mujer es —sigue siendo— un elemento estructural de la organización del trabajo y de la condición de discriminación económica y social de la mujer. Entonces, por ejemplo, lo que se oculta cuando se mira a los hombres poderosos es la violencia a la cual la mujer es vulnerable todos los días en el lugar de trabajo porque no gana lo suficiente, o porque en estos lugares de trabajo debe usar su cuerpo y el sexo para ganar más. Como las mujeres que trabajan en restaurantes y deben vestirse y moverse de una forma particular para ganar más propina porque dependen de ella. Me han dicho algunas mujeres que a fin de mes, cuando tienen que pagar la renta, se ponen ropa que evidencia el pecho, etcétera. También en las fábricas y las oficinas hay un antecedente de testimonios de acoso sexual de mujeres que si no aceptan, pierden su puesto de trabajo, o que saben que si usan su cuerpo pueden obtener ciertos privilegios. Todo esto se oculta. Para mí es importante subrayar la violencia institucional. La violencia no sólo se realiza y se actualiza con las pistolas y los machetes, hay una violencia también burocrática. Cuando por ejemplo te obligan, como pasa hoy, a no poder abortar —o te esterilizan, que es la otra cara—, o te obligan a parir por cesárea, hecho cada vez más común, sería interesante analizar por qué. Hay toda una nueva intervención estatal sobre el cuerpo de las mujeres, sobre cómo las mujeres deben moverse cuando están embarazadas. En los Estados Unidos hoy se habla de una criminalización racializada de las mujeres sin recursos cuando están embarazadas, que se presenta como defensa de la vida, defensa del feto, y que en realidad es una forma de esterilización. La mujer puede ser acusada de homicidio si toma drogas, si toma medicamentos que son negativos para el feto, si va en un coche cuando está embarazada y todas estas cosas. Es importante ver no solamente la violencia doméstica del varón y la violencia pública de los narcos y los paramilitares que están en contra de la lucha de la mujer en el campo, sino también la violencia estructural que está enraizada en la división sexual del trabajo y la violencia institucional que llega directamente del Estado en su intento de controlar el cuerpo de las mujeres.
Imagen de portada: Estudiantes en la Albany Senior School, Reino Unido, 1943. © IWM (D 13781)