Recuerdo que varios de mis contemporáneos, allá en Guadalajara, reverenciaban una vieja estación de radio llamada Stereo Soul, una de las pocas que transmitían rock en la ciudad en los años ochenta y principio de los noventa. Temo decir que no compartía su entusiasmo y que me quedé indiferente cuando la estación desapareció. ¿Por qué? Porque Stereo Soul tenía un perfil que me parecía francamente popero y convencional y desdeñaba cualquier música que no pasara por el aro del “buen gusto”, es decir, las grabaciones de algunas banditas inglesas de rhythm and blues y “fusión”, de algunos hit paraders de toda la vida y las consabidas canciones “viejitas pero bonitas” que además de en la estación sonaban en todos los bares, en las horrorosas versiones de las bandas locales de fusiles (palabra que me parece infinitamente superior a “cover”) que siempre han infestado la escena de la ciudad. Por supuesto que la música que a mí me interesaba nunca sonó allí. El punk y el metal, es decir, el rock abrasivo y radical, había que ir a buscarlo a Radio Universidad de Guadalajara, que, en medio de sus transmisiones de rock clásico, jazz, reggae, trova y música sinfónica, reservaba un par de espacios para el ruido saturado que yo prefería. Nunca he podido olvidar el asquito con que una locutora de Stereo Soul se disculpó ante su audiencia porque la estación iba a transmitir no sé qué entrega de los premios Grammy y estaba programado que tocara en ella Metallica (y miren que hablamos de un grupo masivo y no de algo de verdad extremo, como Ministry, Dead Kennedys o Fugazi). “Ni modo, vamos a tener un ratito de Metallica y sus gritos y sombrerazos”, dijo la locutora. Un par de años después un conocido me pidió firmar para una petición destinada a que Stereo Soul no fuera cerrada por el grupo radiofónico al que pertenecía. Por supuesto que no acepté. Uno, a los veintipocos, es implacable. ¿Prefieren poner a Simply Red que a Black Flag? Pues que firme su padre. Los metaleros tienen una fama de talibanes quizá merecida, pero lo cierto es que el aficionado al rock ruidoso fue durante años un paria en nuestro país. La radio y la televisión lo ignoraban, lo mismo que la inmensa mayoría de los medios impresos. Un puñado de revistas heroicas resistía, sí, pero los enemigos estaban en todos lados, incluso en lugares aparentemente aliados. Yo, por ejemplo, en los noventa leía una revista “contracultural” llamada La Pus Moderna, que solía tener artículos interesantes sobre literatura, cine y plástica. ¿Pero saben qué música era entusiastamente recomendada allí? Juan Luis Guerra, el bachatero. Y un puñadito de grupos de rock nacionalista a los que les faltaban guitarras y les sobraban redovas y ganas de ser los nuevos Bukis. Cada vez estoy más convencido de que, como han querido sus detractores por años, el rock está muerto. Porque candidatos a asesinos le han sobrado.
Imagen de portada: Fotografía de Markus Felix, en Wikimedia Commons. Tony Campos con Max & Igor Cavalera en Wacken Open Air 2017.