Todo empezó con el álbum del mundial. Terminaba la fase de grupos y a mi hijo le faltaba un puñado de estampas escurridizas. Gracias a mi mujer me encontré con Lino Fernández, del departamento de Coleccionables de Panini, para conseguirlas y tomar un par de copas. Después, comentamos haber visitado el Museo della Figurina, en Módena, que muestra la pasión de Giuseppe Panini no sólo por las estampitas sino —sobre todo— por la divulgación. Entre las más de 500 mil estampitas había monografías y tarjetas educativas que difundían desde hábitos de higiene y métodos anticonceptivos hasta grandes hazañas deportivas y tribus exóticas. Sólo en México, me enteré, la editorial mueve más de cuarenta publicaciones mensuales. Al poco tiempo, Lino me contactó con coleccionistas de todo tipo y empecé a conocer a aficionados de temas deportivos y álbumes del mundial. Como a Hugo, de 45 años, que los compra desde que Helados Holanda los trajo a México en 1990 y de los cuales adquiere dos juegos desde 2006: uno que completa y otro que guarda sin pegar. La internet —catalizadora crucial— le permitió acceder a álbumes previos (tiene desde 1970, momento en que las estampas aún no eran autoadheribles). Hugo cuenta en su colección con una edición yugoslava (deliciosamente anacrónica) y otra colombiana, donde en la sección de Leyendas aparece Higuita en lugar de Marco van Basten. Le pregunté si cree que Maradona vaya a durar mucho en esa sección: “Tal vez si Argentina saca su propia edición”, rió. Luego conocí a Ernesto, coleccionista de manga. Hablamos por teléfono y acordamos vernos en el Sanborns de los Azulejos, en el Centro Histórico. De 27 años, barba bien cuidada de capitán de barco y una calidez en ojos y voz que transmiten una seguridad serena, llevó una docena de sus títulos favoritos, todos en perfecto estado y envoltorio original. “Éste es Naruto —explicó— él quiere ser alcalde, porque en la cultura japonesa uno de los principios básicos es ayudar y obtener reconocimiento de la comunidad”. Dada la deferencia que les mostraba, pregunté si los podía tomar y, una vez que accedió, hojeé One Piece, las aventuras del pirata Monkey D. Luffy, cuya tripulación tiene la única regla de realizar, cada uno, su propio destino. Son dibujos sencillos y efectivos. Ernesto consume unos quince libros al mes, cuatro títulos a la vez. Como me explicó él mismo, es uno de sus gastos más fuertes: “primero es la mamá, luego el manga y después teléfono y luz”; no paga renta porque es dueño de su propia casa, en la que cuida de sus padres enfermos.1 Todo con un sueldo de obrero de mantenimiento en el metro. “Mis compañeros son muy cerrados, los mismos chistes y dinámica; cuando leo en un descanso siempre me molestan, pero sólo en ese descanso y en el transporte tengo tiempo.” Su cuadrilla es lo contrario a la del pirata Monkey D. Luffy, pues no están interesados en su desarrollo personal ni en metas comunitarias, sino que avanzan metiéndose el pie entre sí. “El manga ha cambiado mi vida —dijo con franqueza— como en My Hero Academia, me ha enseñado a luchar por mis metas y a seguir a pesar de todo. Para la universidad, por ejemplo, hice el examen de admisión seis años seguidos hasta que entré.” Así como la lectura no es tomada en serio por ciertos gremios, el manga no es tomado en serio por los lectores convencionales, que ven las caricaturas con desdén. Confieso haber formado parte de ese grupo, y aún considero que las insufribles películas de superhéroes producidas por Hollywood evidencian el hueco narrativo que dejó en ese país maniqueo el fin de la Guerra Fría. Pero My Hero Academia tiene una premisa más original: en un futuro toda la humanidad tiene superpoderes, a excepción de unos cuantos; Izuku, el protagonista, es uno de éstos, pero no por ello deja de ser un héroe. A Ernesto, y a todos los coleccionistas con los que hablé, le gusta esta originalidad narrativa y la complejidad de personajes que ofrece el manga, además de los valores de crecimiento personal que no encuentran en su vida cotidiana.2 Seguí jalando el hilo y conocí a Basilio. Él es brony (palabra formada por bro y pony), aficionado a My Little Pony, una serie cuyo mercado objetivo es el de niñas preadolescentes. Como es de esperarse, los bronies son objeto del ridículo y desconfianza general.3 Sufren en carne propia los prejuicios de un mundo dividido en azul y rosa, donde un niño que juega con ponis es un escándalo fuera de toda proporción. Recientemente, el escándalo convertido en bullying dejó en el hospital a un muchacho en Jalisco. Sin embargo, la comunidad brony existe y ha dado pie a dos documentales donde se explican los orígenes de la serie y se muestra un grupo diverso de fans. Cuando vi mi primer capítulo de la cuarta generación (no sin una buena carga de prejuicios propios y ajenos), Friendship is Magic, comprendí que esos caballitos habitan un mundo visualmente abreviado, pero son diestros en las referencias culturales pop y tienen un lenguaje bastante ingenioso. Además, son adorables: la G4 estuvo a cargo de Lauren Faust, creadora de Las Chicas Superpoderosas y de La Vía Láctea y las Chicas de la Galaxia, y lleva el distintivo aire chibi, o tierno, caracterizado por personajes pequeños con ojos enormes. Para Basilio, que trabaja como electricista pero toca la guitarra y toma clases de doblaje de voces, la serie fue amor a primera vista (sus ojos brillan cuando describe el momento) debido a la música y el color. Pero lo que lo hizo quedarse fue la sensibilidad de los personajes. Cada uno de los seis ponis principales encarna uno de los seis “elementos de la armonía” (aspectos de la amistad), y entre todos potencian el elemento más importante: la magia (o chispa). Esa magia le dio la confianza en los demás y la apertura que le permitieron entrevistarse con un extraño en un Toks a más de una hora en transporte público de su casa. Esa actitud positiva también le ayudó a superar el miedo a la oscuridad que lo paralizaba aún a los quince años. Los objetos que me mostró —y que yo antes habría llamado juguetes— contienen para él un mundo de bondad y aceptación. Tras sacarlos de su plástico protector original, me señaló el brillo particular del pelo o el acabado cristalizado de un poni morado.4 Óscar, que confecciona vestidos para su colección de muñecas de Ever After High (serie sobre la descendencia de Blancanieves con el Príncipe Encantador), lleva el cabello teñido de gris plateado y un saco en combinación, muy al estilo que se ve en Tokio. Su personaje favorito es Raven Queen, predestinada a ser malvada por las reglas de los cuentos, pero que se rebela y aspira a ser buena. “Representa el libre albedrío —me explicó— aunque bien y mal son palabras tan gastadas…”, el tipo de cosas que diría un esteta. Me describió y mostró los personajes que él mismo ha creado y cómo sus atuendos los representan (26 conceptualizados y seis realizados), mientras relataba que las virtudes de ciertas princesas le infundieron el valor para cambiarse de carrera (ahora estudia diseño). Además de crear personajes y vestirlos, Óscar hace escenarios en los que coloca a las muñecas, al igual que Ernesto fabrica sus propias estanterías. Es un mundo completo para personalidades recién formadas, que él no puede comprar porque no existe y que se rehúsa a vender porque no lo hace como negocio sino como arte. En una de sus favoritas, él ha cambiado la varita mágica de la Bruja Buena del Este por una cámara fotográfica. “Captura, pero no interfiere”, dijo en control total de las reglas de su universo. Nada quedaba ya del escándalo o prejuicio, sólo la fascinación e inagotable posibilidad narrativa.
Imagen de portada: Tarjeta diseñada por Daryl Rainbow como homenaje a Panini.
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Con Sergio, el voceador frente al Sanborns, tiene una cuenta abierta superior a los mil pesos. Siempre originales, por lealtad a la serie, a pesar de que a veces los episodios más esperados tardan en salir a la venta en México y bien podría leerlos en inglés el mismo día que salen en Japón. Mau, un comercializador de música de anime y videojuegos, me dice que sus clientes pagan miles de pesos por un CD original aun cuando él mismo les ofrece la versión pirata. ↩
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La multiplataforma formada por el manga, anime, internet, cine, videojuegos y coleccionables resulta una excelente política de promoción cultural, aun cuando trate temas sensibles como las relaciones sexuales con cefalópodos o el suicidio infantil. Tanto Basilio como Ernesto toman clases de japonés y ahorran para visitar Japón, cuya cultura y valores los cautivan. ↩
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Respecto a la sospecha de pedofilia, es buena idea referirse a la regla 34 de internet, que responde a la pregunta sobre si existirá pornografía de cualquier tipo con un simple “sí, la habrá”. Sí hay pornografía de ponis —se llama clop— como la hay de Superman, animales, monjas… ↩
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En Akihabara, donde compré tarjetas Pokemon para mi hijo y fotografié a las meseras vestidas de colegialas en bares de cerveza para público masculino, vi este tipo de objetos durante cuadras. Basilio ha de contentarse con lo que encuentra en la Frikiplaza del Eje Central. ↩