La etimología de la palabra trabajo es latina. Trabis significaba traba, impedimento y dificultad. El tripalium era un yugo hecho con tres palos en los cuales se amarraba a los esclavos para azotarlos. Tripaliare, del cual proviene el verbo trabajar, quería decir torturar. Hoy en día, ¿qué significa trabajar? Si no existieran la esclavitud o el trabajo no remunerado, se podría definir como la actividad que intercambiamos por dinero. Quizás la definición más adecuada sea entonces “la actividad que genera ganancias, aunque sus beneficios no siempre sean para quien la lleva a cabo”. Salvo escasas excepciones, los humanos del siglo XXI estamos obligados a intercambiar nuestro tiempo por dinero o a conseguir que alguien más lo haga por nosotros. Nos han convencido de que nuestras vidas dependen de la economía y que cualquier sacrificio vale la pena con tal de defenderla. La pandemia nos recordó, entre otras cosas, algo que las crisis del siglo XX ya nos habían enseñado: cuando la economía colapsa, las compañías mineras dejan de dinamitar las montañas y las fábricas ya no arrojan contaminantes a los ríos; la gentrificación se detiene, e incluso los obsesivos del trabajo se cuestionan sus prioridades. Sin embargo, mientras la economía siga controlando nuestras vidas, será difícil que un día despertemos en el mundo con el que soñamos. El sistema en el que vivimos no es estable. Entre el cambio climático y las bombas nucleares, el capitalismo industrial ha producido al menos dos escenarios muy probables de fin del mundo. Si queremos sobrevivir un siglo más, debemos reexaminar la mitología que sostiene a nuestro actual sistema de vida y una de sus principales deidades: el trabajo. Nadie cuestiona que trabajar es productivo, pero ¿qué produce exactamente? Platos y pañales desechables, computadoras y celulares con obsolescencia programada, toneladas de dióxido de carbono, comida cada vez menos sana, fábricas, películas y movimientos artísticos para los que ya casi nadie tiene tiempo. También vale la pena preguntarse de dónde vienen los recursos que permiten toda esta producción. La respuesta la encontraremos observando la salud de los ecosistemas y las condiciones de vida de las comunidades explotadas. El trabajo tal y como lo practicamos es productivo, de eso no cabe duda, pero también destructivo. Capitalistas y socialistas del mundo entero han dado siempre por sentado que el trabajo produce valor, pero algo que no nos dicen es que también consume valor. De ahí que los bosques y las capas de hielo polar se reduzcan vertiginosamente. Nuestros dolores de espalda o de cuello, el cansancio que sentimos al regresar a casa cada tarde, son un reflejo a pequeña escala del daño que está sufriendo el planeta. Criticar las prácticas laborales que perpetuamos hoy en día no significa descartar el esfuerzo o el compromiso. No significa tampoco pretender que todo nos sea dado o nos resulte fácil. Sin embargo, estamos convencidos de que merecemos ser los amos de nuestro destino, y que estar obligados a vender lo que más importa en la vida para sobrevivir resulta trágico, humillante e innecesario. Desde niños nos enseñan a postergar nuestros deseos y nuestra felicidad en espera de un tiempo que nunca llega y que, se supone, será la recompensa a muchos años de labor. El hábito del trabajo está tan anclado en nuestra sociedad que pocos nos cuestionamos las razones por las que lo seguimos haciendo. ¿Somos capaces aún de imaginar una sociedad en la que, en vez amasar riquezas —o en la mayoría de los casos, pagar la comida y la hipoteca— las relaciones humanas, la crianza de nuestros hijos, las satisfacciones que producen la filosofía, el arte, el cultivo de un jardín o de un huerto, la investigación, la creación, la aventura, estén en el centro de la vida cotidiana y no acotadas a nuestro muy escaso tiempo libre? Esperamos, querido lector, que este número, en donde conviven pensadores del presente y del pasado alrededor de un tema tan importante, te lleve a cuestionarte cómo vives, pero sobre todo a imaginar cómo quieres vivir.
Imagen de portada: Grupo Mira, El campo, la historia y la industria, 1980. Archivo personal Arnulfo Aquino. Cortesía del Museo Universitario Arte Contemporáneo y Arnulfo Aquino