Los pueblos originarios tienen una relación estrecha, tamizada por sus tradiciones, con la Madre Tierra y con el territorio que ocupan; en él se incluyen la tierra, el aire, el agua y el bosque. Esa es una de las razones por las que las plantas medicinales forman parte de la vida de estos pueblos: la convivencia armónica con la naturaleza les ha enseñado a utilizarlas de distintos modos, a veces como alimento y otras como medicina.
Las técnicas curativas que emplean elementos naturales se conservan en los pueblos originarios en la forma de saberes transmitidos de generación en generación, y también de ceremonias rituales llamadas a curar al individuo y a la comunidad. Podría decirse que esta curación es integral porque se relaciona con los ritos festivos celebrados por estas comunidades cada año, que a su vez coinciden y se vinculan con los ciclos de cultivo que sostienen la producción de alimentos: preparación de tierras, siembra, cuidado de los cultivos, cosecha, tiempo de secas, tiempo de lluvias.
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Comencé a interesarme por la medicina tradicional debido a la falta de medicamentos y de recursos económicos para adquirirlos que vivía mi comunidad. También influyó la sabiduría comunitaria que me rodeaba y desarrolló mis conocimientos. Viendo a mis tías, a mi abuela y a mi mamá curar a quienes lo necesitaban aprendí y valoré la eficacia de la medicina natural sobre algunos problemas de salud. Observé, por ejemplo, que si se sabe aplicar no daña como lo hace a veces la medicina alópata, y también vi a enfermos que no encontraban remedios efectivos a sus males aunque gastaran fortunas en medicamentos farmacológicos o en hospitales durante años.
Atestiguar cómo esta medicina propia es desplazada por las farmacéuticas, que se roban los conocimientos de las comunidades y luego prohíben esas prácticas en los pueblos argumentando que las plantas tienen sustancias activas que dañan, me llevó a ejercer mi conocimiento heredado y a defenderlo para que los niños y las niñas lo valoren y lo protejan. Ese conocimiento no es individual, sino colectivo; por lo cual nadie debiera apropiárselo de manera exclusiva.
Algunas dolencias propias de la comunidad solo pueden ser curadas por médicos tradicionales o curanderos que sean miembros del grupo y sepan cómo hacer curaciones de susto, empacho, ojo, torceduras, partos, sanar enduendados, las malas energías o los males impuestos.
Las plantas me han enseñado que son parte de nuestro entorno y que si están ahí, como dicen nuestros antepasados, es porque las necesitamos. También me han enseñado a confiar en ellas, ya que todas son muy efectivas. Sin embargo, hay que tener cuidado: así como hay plantas buenas, hay algunas que requieren precauciones al tomarlas. Se trata de conocer su modo de administración y no mezclarlas con las que se oponen.
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En los hospitales suelen tratarse las enfermedades por separado, por eso a los pacientes a veces los tratan de manera denigrante: no les dan la atención necesaria debido a que hay demasiados o a que los médicos solo saben lo que les enseñaron en una universidad y actúan sin sentir el dolor del otro, es decir, lo dejan a su suerte. En contraste, dentro de las comunidades se analiza qué hizo surgir la enfermedad, para así darle el tratamiento adecuado a quien lo necesita, ya sea individual o colectivo.
Hubo un par de experiencias que marcaron mi vida como médica. La primera fue cuando mi mamá pasó tres años inválida, totalmente muerta de la cintura a los pies, y nosotros buscamos todas las formas posibles de curarla; fuimos a hospitales y consultamos doctores privados. La mayoría nos decía que ella necesitaba una operación de la columna, sin explicarnos cuál era el problema de fondo. Nos decían que un noventa por ciento de pacientes en situaciones similares quedaba en silla de ruedas y solo un diez por ciento volvía a caminar. Al saberlo, mi mamá se negó a recibir ese tipo de curación. Entonces fue cuando intentamos curarla de manera natural, con agua, tierra y plantas medicinales. Hicimos una terapia intensiva, desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche. Después de tres meses de tratamiento salió caminando. Eso me hizo comprobar que siendo constantes con el tratamiento se logra combatir la dolencia y recuperar la salud. Me hizo creer más en la bondad de la medicina natural.
La otra experiencia determinante para mí fue cuando atendimos a un señor que había sido desahuciado por los doctores. En otras palabras, ya lo tenían con flores y velas, solo esperando el momento de su muerte. Nos pidieron que fuéramos a verlo porque llevaba varios días sin evacuar. Entonces le aplicamos lavativas con plantas medicinales. La primera no hizo el efecto esperado, le aplicamos una segunda y se escuchó como cuando se destapa un frasco. Después de eso, el hombre pudo evacuar todo lo que tenía rezagado con un olor putrefacto. A partir de ahí su recuperación fue más fácil. Los familiares quedaron asombrados de esta forma tan sencilla de regresarle la salud.
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Todas las plantas son sagradas porque todo lo que nace de la Madre Tierra lo es. Sin embargo, hay algunas muy específicas que solo se utilizan en ceremonias de limpias o en un sahumerio, y son respetadas por las comunidades. Entre ellas están, por ejemplo, el peyote, los hongos, la salvia y el romero. Por otro lado, no podemos despreciar el valor de los medicamentos farmacológicos, pues pueden ser muy útiles para tratar fracturas o enfermedades agudas como apendicitis, peritonitis, un cáncer en fase terminal o cualquier otra dolencia por el estilo.
En esos casos pueden colaborar ambas prácticas para que el paciente se recupere más rápido. Aunque en los pueblos originarios existen medicinas muy eficaces en el tratamiento de males como el cáncer, que han permitido recuperaciones satisfactorias con el acompañamiento de un médico tradicional, se requiere también de las medicinas de farmacia. Con ese tipo de colaboraciones se pueden complementar los saberes tradicionales y los avances científicos para lograr mayores éxitos en las curaciones.
Sin embargo, para que la medicina tradicional fuera aceptada en los hospitales, tendría que impartirse como una materia más en las escuelas desde que inician los estudios preescolares y después, durante la primaria, la secundaria, la preparatoria y las universidades, que es donde se forman los galenos. Es necesario que desde ahí exista el reconocimiento de la medicina tradicional y se valore como una práctica ancestral que ha sido transmitida de generación en generación y se aprecie, por encima de todo lo demás, su eficacia en la sanación de los pacientes. Solo en ese caso estaríamos hablando de una curación integral. En países como China e India, por ejemplo, se han obtenido muy buenos resultados al complementar medicinas y enfoques distintos del cuerpo humano y las formas de curar.
Existen ciertas universidades con áreas de formación para terapeutas enfocados en plantas medicinales y tratamientos afines que ayudan al mejoramiento de la salud. La ciencia, no obstante, se ha ocupado muy poco de lo anterior. Aun así, se han hecho investigaciones con los habitantes de algunas comunidades y se ha confirmado que efectivamente las plantas poseen propiedades curativas o sustancias que hacen que los problemas de salud se reduzcan. No obstante, debe entenderse que el uso de medicamentos naturales y terapias tradicionales exige una gran responsabilidad. Las maneras ancestrales de aplicarlas deben ser respetadas ya que existen plantas muy venenosas o con contraindicaciones a las que hay que atender.
Los portadores del conocimiento curativo de las plantas han sido tomados en cuenta por la comunidad científica de dos maneras. Primero, los investigadores visitan las comunidades para averiguar sobre el uso de las plantas o algunos otros productos de la comunidad en la curación. Después, esa información se utiliza para estudiar la efectividad de las plantas. Al comprobarla, prohíben el uso o la práctica de cierto medicamento, como ocurrió con el “Acuerdo por el que se determinan las plantas prohibidas o permitidas para tés, infusiones y aceites vegetales comestibles” firmado por el secretario de salud federal en 1999, en el que se castiga el uso de plantas medicinales y comestibles como el epazote y otras, que por años han sido usadas por los pueblos, argumentando que tienen sustancias activas que dañan. Entonces, me parece que solo se ha robado el conocimiento para beneficio de las farmacéuticas y para controlar a los médicos tradicionales.
Pienso que el estudio científico debe entender y respetar la relación de los pueblos con la naturaleza. Esa interacción, a diferencia de la que supone el pensamiento occidental, no es instrumental o de dominación sobre la Madre Tierra. Debe entenderse lo que es sagrado al interior de las comunidades, incluir los aspectos tradicionales, para que este saber se respete y se valore, ya que en las comunidades los curanderos y médicos tradicionales actúan bajo el mandato de atender a los enfermos. Ellos recibieron esa sabiduría de generación en generación, por eso decimos que se trata de medicina tradicional. No se estudia en una universidad, sino que la misma comunidad forma a sus médicos tradicionales desde pequeños y cuando alcanzan cierta edad pueden ejercer su profesión de curanderos.
Si se deja fuera la dimensión espiritual, se pierde toda esa sabiduría que ha venido acumulándose gracias a nuestros antepasados. Hay un sentido de curarnos que implica completar una curación integral y no solo del cuerpo. Se considera que las enfermedades son un momento para reflexionar si ya hemos cumplido con la tarea que tenemos o si falta algo que revisar, evaluar si vamos bien o estamos fallando, si aún no hemos cumplido alguna responsabilidad en esta vida.
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Las plantas tienen una riqueza curativa, poseen sustancias que nos ayudan a sanar de manera individual y colectiva, y las tenemos a nuestro alcance. Me refiero a enfermedades individuales cuando el paciente tuvo un problema del cuerpo en particular, y a colectivas cuando hay alguna contaminación en la comunidad, algún problema que está afectando todo, por ejemplo: cuando a la comunidad no se le hace caso por algún problema, ya sea de tierra, de contaminación de las aguas o del aire; de despojo, de invasión, de represión o de imposición de algún megaproyecto. En esos casos varios habitantes se enferman al mismo tiempo y con los mismos síntomas; entonces sabemos que es la misma causa la que ocasiona su malestar.
Las enfermedades colectivas son causadas por cualquier modificación del medio ambiente relacionada con el tipo de desarrollo que impone el actual modelo capitalista; cuando se imponen megaproyectos que van modificando el entorno, por ejemplo. Esto es lo que ocasiona también problemas en el cultivo de alimentos: la tierra se va envenenando y deja de producir de manera natural. Por eso le tienen que poner fumigantes o abono, pero cada día es más difícil. Esas mismas razones hacen que la comunidad modifique su alimentación, entonces se provocan las enfermedades colectivas. Es por eso que la curación tiene que ser colectiva: hay que acabar de raíz con el problema principal que ocasiona estos males. Entre los posibles remedios están: construir nuevas formas de producción y consumo acordes con la naturaleza, retomar el cultivo tradicional y natural de los alimentos y el cuidado de la tierra, recuperar nuestras aguas de los ríos, que son los que dan vida a las comunidades y, por lo tanto, al cultivo de las plantas medicinales.
Hay que curar todo lo que nos rodea para que las personas vayan sanando poco a poco, porque de nada sirve tratar a alguien si no se combate la causa de su mal. Considero que por eso tenemos la tarea de cuidar de nuestro entorno: el agua, el bosque, la tierra, la misma organización comunal o colectiva, la fiesta que va ligada al cultivo de los alimentos.
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En los entornos urbanos cada vez es más difícil encontrar medicinas naturales, ya que la gentrificación crece y degrada la tierra y los árboles, las aguas y el aire. Asimismo, la rutina de trabajo y los espacios urbanos casi no permiten el cultivo de plantas. Entonces debemos buscar la forma de cultivarlas, aunque sea en macetas, para garantizar parcialmente los alimentos y protegernos de enfermedades. Todo es posible mediante la organización colectiva de intercambio de los productos.
Debemos cuidar el mundo natural que nos rodea: tratar de sembrar hortalizas o plantas medicinales para contrarrestar males que aún tendrán cura si logramos revertir este calentamiento global, que cada día es más fuerte. Todo mediante la organización colectiva y mirando siempre a los que vienen atrás: los niños y niñas. Si no hacemos nada ahora, el día de mañana será imposible. Aún es tiempo para pensar qué hacer para cuidar a nuestra Madre Tierra, nuestro territorio y garantizar la vida colectiva.
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La medicina tradicional va ligada a la naturaleza, de ella obtenemos los alimentos y las medicinas que nos nutren y curan. Cada lugar tiene sus propias plantas medicinales y en cada uno se dan las que se necesitan ahí. La medicina va creciendo conforme la existencia de la comunidad. Es recomendable escuchar cuando nos hablan las plantas para protegernos y cuidarnos.
Cada pueblo cuenta con información, ya sea escrita u oral, que se transmite de una generación a otra. En algunos sitios existen encuentros de intercambio, asambleas o talleres que cada día consolidan y fortalecen el saber tradicional de las comunidades. Cada una elige su manera de convivir con las plantas medicinales del lugar, algunas les piden permiso para cortarlas y ayuda para las personas enfermas. Se cree que las plantas sienten la energía de quien las necesita.
Imagen de portada: Ilustraciones del Códice Badiano, s.XVI. Instituto Nacional de Antropología e Historia