Libro centroamericano de los muertos de Balam Rodrigo

Escritura del desastre

Cultos / crítica / Diciembre de 2018

Juan Pablo Ruiz Núñez

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La literatura es un modo de leer, ese modo de leer es histórico y social, y se modifica. Lo histórico no está dado, se construye desde el presente y desde las luchas del presente. Ricardo Piglia


Concebimos y habitamos el mundo por medio de las palabras, una forma primera de descubrir lo circundante. Nombrar define una realidad que de otro modo sería infinita. Hay muchas maneras de decir, según personas, experiencias, líneas dactilares. Una de las que más me interesan es la del poema-descubrimiento, el poema-camino, el poema-revelación (Chantal Maillard dixit). La poesía des-cubre, re-vela algo que re-conocemos, que no sabíamos que (ya) sabíamos. Y crea (un) mundo. Lo reinventa. La violencia en México —ese pozo sin fondo que nos desgaja—, recrudecida por la llamada guerra contra el narcotráfico desde 2007, requiere abordarse desde distintas aristas y estrategias. El Libro centroamericano de los muertos de Balam Rodrigo es una de las obras que está pensando el presente. Nos lleva por ese río de muerte e injusticia, de desaparición y ocultamiento bajo nuestros pies. Su puñado de poemas nos inquiere, nos obliga a reflexionar sobre lo que sucede frente a nosotros sin advertirlo: el infierno padecido a diario por los migrantes centroamericanos en tránsito por el país. Este poema-palimpsesto (como refiere el autor) es una suma de voces y momentos que representan y resignifican la voz de los migrantes. Si bien tiene un tono testimonial, de relato de tiempos oscuros, no abandona el registro poético. La poesía se inventó para transmitir con las palabras de todos los días el asombro, las contradicciones, el abismo de estar, de ser aquí. Otros modos de decir una realidad supurante que nos estalla en la cara:

Abandoné el olor a cuerpos quemados de mi aldea, la peste militar con sus ladridos de “tierra arrasada”, mordiendo hueso y calcañar con metrallas y napalm, su huracán de violaciones y navajas que aniquilaba a los hombres de maíz con perros amaestrados por un gobierno que alumbra el camino de sus genocidas con antorchas de sangre y leyes de mierda.
Hui del penetrante olor a odio y podredumbre; caminé descalzo hasta el otro lado del inframundo para curarme los huesos y el hambre.
Nunca llegué.

El libro está estructurado en secciones —una por cada país mesoamericano— intercaladas por cinco poemas que integran un “Álbum familiar centroamericano”, médula espinal del volumen donde leemos testimonios de migrantes a partir de los recuerdos de infancia del autor y de fotografías familiares. Un discurso poético que linda con la crónica y la autobiografía, la de los días vividos en el tórrido Soconusco, cerca de la frontera de México con Guatemala. Allí se narra cómo su madre y padre ayudaban y convivían con personas que, siempre de paso, iban hacia Estados Unidos, se quedaban unos días, algunos meses o la vida entera; hubo quienes murieron. Unos escapaban de las guerras civiles de sus países, otros migraban por la necesidad de cambiar su condición económica empobrecida.
Cada sección se integra por poemas donde las voces de migrantes muertos cuentan sus desventuras vividas “entre las llamas de un abismo llamado México” —dice un verso—, en su paso por la fosa común sin fin en que se ha convertido el país. Los poemas son titulados con las coordenadas geográficas donde, presumimos, fue hallado un cuerpo.

14º53’37.0’’N 92º14’49.0’’W – (Tapachula, Chiapas)
[…] Lejos de las montañas del Quiché, nací ixil en tierras mexicanas.
Volvimos después de la firma de los acuerdos de paz, pero nadie firmó un acuerdo para terminar con el hambre […].
Enterrada en esta tumba del Panteón Jardín, sin nombre, estoy perdida, acompañada por los varios rostros difusos de otras gentes […].

La intercalación de los testimonios autobiográficos con las experiencias de cientos de personas de la diáspora centroamericana se torna muy efectiva en la poesía de Balam Rodrigo. Una realidad recordada-nombrada-conjurada así:

[…] Yo aparezco en cuclillas, en el extremo izquierdo de la foto; desde entonces llevaba la manía del tic […]. Ninguno de nosotros vive ya en el pueblo, todos migramos, buscando librarnos de las garras del dios de la miseria y su violencia.

Destaco otra estrategia empleada: a partir de citas y reapropiaciones de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas, el poeta chiapaneco diseñó un dispositivo poético donde intercala crónica y testimonios (personales y de migrantes). La trama formal que construye el texto lo convierte en un libro homenaje; por un lado, un ejercicio de memoria, pero por otro, un libro-denuncia. Esta obra puede ser leída como libro de contra-información —de acuerdo con Walter Benjamin en el El autor como productor—, un libro de conocimiento silenciado por los poderes fácticos, ya sea por censura o por ignorancia, por interés político, como la realidad de los migrantes (mujeres y hombres) en tránsito. Este libro palpita, representa ese horror padecido por los migrantes centroamericanos en este fértil camposanto llamado México. Cruje y punza. Los cinco estadios que integran el poemario enuncian un transcurso que va desde Nicaragua, pasa por Honduras, El Salvador y Guatemala, para desembocar en México, donde serán tragados por el inframundo, el Xibalbá atroz del presente: territorio de corrupción, secuestro, extorsión, violación, desaparición forzada, instancias gubernamentales y delitos en connivencia. Los migrantes —mayoritariamente centroamericanos, pero también caribeños, del sur de América e incluso africanos— son considerados, de facto, personas sin derechos por el Estado mexicano. Padecen oprobios múltiples, a expensas de funcionarios de migración y policías corruptos, víctimas de redes de trata, de extorsión y cooptación de mano de obra forzada para el crimen organizado. Los migrantes desaparecidos son los más soterrados, los agraviados dentro de los agraviados.

Reconstruir los rostros de la infancia, los de aquellos migrantes centroamericanos que vivieron, comieron y soñaron entre los horcones de mi casa.
Sus cuerpos y nombres se han vuelto niebla, dibujados con cal en la memoria, como los difusos garabatos que tajo en este libro.

La mayoría de las personas que hoy emigran de Centroamérica lo hacen por motivos no sólo económicos o aspiracionales, como en el pasado, sino por la violencia social de sus países. Personas en fuga. “Hay quienes migran porque en Centroamérica la mitad de la población vive bajo la línea de la pobreza […] Pero hay también quienes más que migrar, huyen. De repente, en su pequeño mundo empezaron a caer cadáveres. Cada vez más cerca. Luego, una amenaza”, afirma Óscar Martínez en Los migrantes que no importan (Sur+, 2012). Es el viaje de muchos que no proyectaban ir a Estados Unidos y que prefieren los infortunios del narcoestado mexicano que permanecer en sus pueblos o ciudades de origen.

Quise ser cantante de corridos, pero ya no canto, migro sin descanso […] Lejos de Centroamérica me quedé sin voz.
Me atraparon en Coatzacoalcos los zetas, los de la letra última, la que no es ni el alfa ni la omega, sino aquella con la que se escribe en México, con mayúsculas, el nombre de la ira.

Balam Rodrigo alcanza aquí una voz poética más transparente, más contenida, sin los afanes barrocos, neologistas, propios de su poética anterior a Marabunta (2017); nos habla de un periodo de transición venturoso. No hallamos aquí los retablos modernistas de Braille para sordos (2013) ni los excesos retóricos y la sobreadjetivación de Libelo de varia necrología (2008), por mencionar algunos. En Libro centroamericano de los muertos (Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018) su palabra se condensa y se vuelve clara, halla un tono y expresividad contundentes: “¿Sólo migras y narcos/ habrá bajo los bejucos?”. Este libro, como antes Antígona González de Sara Uribe o Tierras arrasadas de Emiliano Monge, responde a una necesidad ética y a una acción política al cuestionar el statu quo, glosar realidades silenciadas, visibilizar hechos y situaciones que los medios y los discursos hegemónicos acallan y ocultan para eludir las responsabilidades de autoridades locales y gobiernos nacionales, y neutralizar las posibles y deseables transformaciones del estado de cosas imperante. La voz poética colectiva que narra en el poemario busca animar la mutación de realidades injustas. Mediante dislocaciones y recomposiciones, y del montaje como método de conocimiento y procedimiento formal, Balam Rodrigo muestra las grietas de esta realidad entre improvisación, intervención, reapropiación textual y re-interpretación. La impronta experimental de estos ejercicios no mengua el valor político, no por modesto menos radical, de este libro. Con su influjo nos impele a dejar de ser meros testigos, dejar de ser cómplices enmudecidos de la iniquidad. Nombrar para no seguir soslayando esa realidad, enunciar a esos muertos y desaparecidos.

FCE / ICA / INBA, México, 2018

Imagen de portada: Fosa clandestina en Colinas de Santa Fe en el Puerto de Veracruz. © Ernesto Álvarez / Cuartoscuro