El Catálogo de la Tierra completa

Un puente entre la contracultura y la cibercultura

Contracultura / dossier / Marzo de 2021

Gabriela Frías Villegas

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All across the nation such a strange vibration people in motion there’s a whole generation with a new explanation. Scott Mckenzie


En las noches solitarias de la pandemia, cuando el insomnio nos mantiene despiertos, entramos a internet en busca de contenidos interesantes que nos acompañen hasta el amanecer. Algunas veces exploramos Facebook o Twitter y nos sentimos cerca de nuestros amigos, aunque se encuentren en lugares distantes. Otras veces buscamos algún video que nos enseñe cómo cocinar algo, cuidar una planta o hacer yoga. Hoy en día la tecnología nos une a través de los tejidos invisibles de la red, permitiéndonos crear comunidades virtuales donde podemos conectarnos con personas que tengan intereses similares. Además, buscadores como Google nos ayudan a encontrar información sobre cualquier tema que podamos imaginar. Las posibilidades son casi infinitas. Aunque interactuar con otros a través de las pantallas es actualmente parte de nuestra vida cotidiana, aquellos que nacimos antes de la era digital recordamos un mundo en el que era mucho más difícil tener acceso a la información. En los años noventa fuimos testigos de una revolución en la que el internet y la World Wide Web transformaron la política, la educación, la economía y las relaciones entre los individuos. Entramos a la era de la globalización y de las sociedades del conocimiento. Para muchos, la entonces novedosa noción cibernética del planeta como un solo ente interconectado representaba la promesa de una armonía global, con sociedades libres y descentralizadas. Pero, ¿cómo se gestó esta visión comunitaria de la súper carretera, cuando los inicios del internet se sitúan en un proyecto del Departamento de Defensa de los Estados Unidos? ¿Cómo fue que las computadoras —que en los cuarenta habían sido uno de los símbolos de la Guerra Fría— se convirtieron en el siglo XXI en el emblema de la libertad de expresión? Sorprendentemente, el origen de esta visión se remonta a las comunas hippies de los años sesenta y a un proyecto que nació en la contracultura y que transformó la manera en que se transmitía el conocimiento en la época. Su nombre era Catálogo de la Tierra completa (Whole Earth Catalog) y sus creadores fueron Steward Brand y su esposa Lois Jennings.

El último número del _Catálogo de la Tierra completa_, 1971. Internet Archive El último número del Catálogo de la Tierra completa, 1971. Internet Archive

El movimiento hippie de los años sesenta

En 1967 San Francisco estaba en plena efervescencia hippie. Los jóvenes, que se rebelaban contra los conflictos bélicos, la represión sexual y las estructuras de poder establecidas, buscaban nuevas maneras de relacionarse y se congregaban para experimentar con el LSD y el amor libre. En enero de ese año se organizó uno de los primeros conciertos de rock de la historia, que tuvo lugar en el parque Golden Gate. Ahí tocaron bandas como Jefferson Airplaine y Grateful Dead. Como parte de la parafernalia del festival, se proyectaban en las paredes mensajes impresos en acetatos, además de imágenes psicodélicas que se movían en un circuito cerrado de televisores. De acuerdo con Jerry García, ver a los 20 mil asistentes del evento bailar al unísono era algo mágico. Entre ellos se encontraban Allen Ginsberg y Timothy Leary, dos de los motores ideológicos del movimiento contracultural emergente. En ese mismo año, durante el llamado “verano del amor”, el barrio de Haight-Ashbury atrajo a miles de personas que querían participar en el movimiento. Entre ellas había un joven llamado Steward Brand, biólogo egresado de la Universidad de Stanford que había llegado a San Francisco ansioso por unirse a la vida bohemia de los músicos, artistas y poetas que abarrotaban las calles. Poco tiempo antes de llegar a la ciudad, Brand había impulsado una campaña publicitaria exigiendo que la NASA liberara la primera fotografía satelital de la Tierra desde el espacio, que en ese momento no era conocida públicamente. Él pensaba que esta fotografía de la “Tierra completa” podría ser un símbolo poderoso para los jóvenes, pues les daría la sensación de que toda la humanidad tenía un destino compartido. Además de participar en el movimiento, Brand estaba interesado en aprender acerca de las distintas comunidades que conformaban la contracultura del momento, así que entró en contacto con ellas y empezó a formar redes entre sus miembros.

Páginas interiores del _Catálogo de la Tierra completa_, otoño 1968. Internet Archive Páginas interiores del Catálogo de la Tierra completa, otoño 1968. Internet Archive

Cuando terminó el verano del amor, varias de estas comunidades migraron a zonas rurales o a las montañas para vivir en tribus y buscar una “existencia más auténtica”, a través de la exploración con las drogas, el sexo, la música y los viajes. Así empezó el movimiento de las comunas estadounidenses. Entre 1967 y 1970 alrededor de 750 mil personas vivían de esa forma en el país. Algunas de ellas estaban organizadas alrededor de creencias religiosas, ideologías políticas o preferencias sexuales. En particular, los miembros de aquellas que surgieron en la Bahía de San Francisco buscaban construir una nueva nación, conformada por pequeñas comunidades con estructuras igualitarias, conectadas unas con las otras a través de una red establecida por sus creencias comunes. Brand visitó estos sitios acompañado de su esposa Lois, una matemática originaria de Canadá. Ellos se percataron de que estos grupos querían ser autosustentables: cultivaban su comida, confeccionaban su ropa y construían sus propias viviendas, entre otras muchas cosas. No obstante, como vivían en lugares de difícil acceso era complicado para ellos conseguir herramientas y materias primas.

El Catálogo de la Tierra completa

Pensando en las necesidades de los habitantes de las comunas, Steward y Lois crearon en 1968 el primer Catálogo de la Tierra completa: acceso a las herramientas, un fanzine que definió en muchos sentidos la contracultura de la época.1 Al principio fue una iniciativa modesta y consistía en un texto de 60 cuartillas, aproximadamente del tamaño de una revista, del que se imprimieron mil ejemplares. En la portada se presentaba la fotografía de la Tierra vista desde el espacio que tomó la NASA en 1967 y cuya publicación había obsesionado a Brand. En la contraportada se podía ver la fotografía de un eclipse solar, con la leyenda: “No podemos armarlo, ya está armado”. La publicación mostraba contenidos basados en la filosofía del “hazlo tú mismo” (do it yourself), que estaba en boga entre los miembros de las comunas. La idea era que cuando se construía o se usaba una herramienta, ésta no solamente servía para llevar a cabo una tarea determinada, sino que también funcionaba como mecanismo de transformación para los usuarios, al mismo tiempo en contacto con la naturaleza y en la vanguardia de la tecnología. Los defensores de esta corriente estaban convencidos de que las pequeñas tecnologías deberían usarse para desarrollar la conciencia individual y, con ella, la naturaleza de la comunidad. El catálogo estaba dividido en secciones con los títulos siguientes: Las labores de la tierra y la construcción de refugios; Herramientas y artesanías; Comunicación; Aprendizaje; La vida nómada, y El entendimiento completo de los sistemas. El primer número se vendió por cinco dólares y se agotó rápidamente. Para 1971, año en que el Catálogo ganó el Premio Nacional al Libro estadounidense, había alcanzado 448 páginas y se vendían más de un millón de copias de cada número. En cada una de las ediciones se podía encontrar una novela y una pieza periodística, en la que se discutía algún avance tecnológico reciente, como las calculadoras de bolsillo más sofisticadas. Frecuentemente se publicaban colaboraciones del matemático Robert Weiner, creador del concepto cibernética. Asimismo, se presentaban notas acerca de cómo preparar algún tipo de comida y también guías para realizar diversas construcciones; por ejemplo, los domos poliédricos que se usaban en las comunas como viviendas. En el Catálogo también se podía aprender a coser una chaqueta de piel de venado o a reparar un Volkswagen. Del mismo modo, se presentaban reseñas sobre aquellos objetos que podrían ser de utilidad para los habitantes de las comunas, como los equipos para acampar. Éstos no se podían comprar por correspondencia, pero se podían conseguir en La Tienda de la Tierra Completa, de la que eran dueños Brand y su esposa. Finalmente, había secciones esotéricas, que incluían instrucciones para leer el I Ching o hablaban sobre los efectos psicodélicos de los viajes con LSD. De acuerdo con John Markoff, escritor del New York Times, el Catálogo era “el internet antes del internet. Era el libro del futuro. Era la web impresa”. Además de los habitantes de las comunas, pronto se hicieron lectores del Catálogo miembros de diferentes culturas académicas y tecnológicas, que podían publicar ahí sus opiniones sobre distintos temas. Como señala Fred Turner, investigador de la Universidad de Stanford:

el Catálogo se convirtió en un foro para las redes de la contracultura, un espacio donde se podían encontrar los miembros de distintos grupos para intercambiar ideas y, en el proceso, crear nuevos marcos conceptuales y nuevas redes sociales.2

Era un puente entre la ciencia, la tecnología de punta y la contracultura. El catálogo se publicó periódicamente hasta 1971, y de manera esporádica hasta 1998. En 1985, la filosofía del Catálogo de la Tierra completa se trasladó a La Liga electrónica de la Tierra completa (Whole Earth ‘Lectronic Link o WELL). Se trataba de un sistema de teleconferencias con el que los miembros podían llamar a una computadora central para dejar mensajes a otros usuarios. Gracias al WELL, Brand pudo reunir a personajes tan diversos como los representantes de la contracultura de los sesenta y los hackers de los ochenta. Estos grupos intercambiaban ideas en un foro que se concibió como un entretejido de ideas de la contracultura y la cibercultura.

El legado

Hace un par de años visité San Francisco. En el colorido barrio de Haight-Ashbury, las calles se sentían vacías y como recuerdo del movimiento hippie sólo quedaban algunos murales, la tienda de discos de vinil Amoeba Music y la librería alternativa City Lights. Pero si uno se traslada en tren al cercano Silicon Valley, localizado en la zona sur de la Bahía de San Francisco, puede encontrar el Centro de Investigaciones Ames de la NASA y, junto a él, las oficinas centrales de Google, Facebook, Twitter y Apple, los gigantes tecnocientíficos del siglo XXI, donde se gestó parte de la revolución informacional de nuestro tiempo. La cibercultura fue concebida por un grupo de computólogos que, desde su juventud, estuvieron profundamente influenciados por el Catálogo de la Tierra completa. Acerca del fanzine, Steve Jobs, fundador de Apple, comentó lo siguiente en un discurso que dio en la Universidad de Stanford:

El Catálogo fue una de las biblias de mi generación. La creó un tipo llamado Steward Brand, en Menlo Park, y lo convirtió en realidad con un toque poético. Fue en los años sesenta, antes de que existieran las computadoras personales. El fanzine se hizo con una máquina de escribir mecánica y una cámara polaroid. Era una especie de Google impreso, 35 años antes de que existiera Google: era idealista, estaba lleno de herramientas fantásticas y de grandes lecciones filosóficas. 3

Por otra parte, Gareth Brandwyn, periodista de la revista Wired —publicación dedicada a analizar el modo en que la ciencia y la tecnología afectan la cultura, la economía y la educación—, señaló que:

en los setenta el Catálogo era revolucionario, hablaba sobre sistemas completos, budismo zen y los grupos nómadas. Cambió mi vida, y definió el modo en el que entiendo el mundo desde entonces.

No cabe duda de que los principios de la contracultura de los sesenta, que incluían la importancia del trabajo comunitario, el aprendizaje independiente, el uso de herramientas y el intercambio de ideas entre distintas comunidades, ayudó a forjar el universo cibernético en el que habitamos hoy en día, como si se tratara de una enorme comuna.


Escucha el Bonus track de Gabriela Frías Villegas, con Fernando Clavijo

Imagen de portada: Rainbow Bridge de Josh Zubkoff. Fotografía de Dunkan Rawilnson, 2018

  1. Ver más en Carole Cadwalladr, “Steward Brand’s Whole Earth Catalog, the book that changed the world”, The Guardian, 5 de mayo de 2013. Disponible en https://bit.ly/2P8JzEV 

  2. Fred Turner, From Counterculture to Cyberculture, University of Chicago Press, Chicago, 2006. 

  3. Steve Jobs, “2005 Stanford Commencement Address”. Disponible en https://news.stanford.edu/2005/06/14/jobs-061505/