¿Por qué escribir libros sobre escritores?, ¿por qué no leer a esos autores directamente, sin intermediarios ni instrucciones de uso?, ¿a quién le podría interesar una obra sobre otro autor?, ¿cuál es la necesidad de que yo escriba esto y de que alguien más lo lea?
Siempre me han interesado las preguntas elementales, esas que, de tan básicas, no suelen merecer demasiada atención, aunque sean las que en silencio asedian a cualquier autor. La respuesta no es nada simple, me atrevo a decir que de su formulación y puesta en práctica depende la necesidad del ejercicio o su mera necedad. Una formulación que, como en cualquier otro relato, establece un juego entre el argumento aparente (aquello de lo que trata la obra) y su argumento subterráneo (aquello de lo que “verdaderamente” trata) y, en el caso que nos ocupa, entre el repaso a la vida y obra de Rosario Castellanos como objeto inmediato y la posibilidad de realizar una biografía literaria desde nuevos supuestos formales e ideológicos como aspiración soterrada. Se podría pensar que la necesidad reside en una biografía crítica que abra nuevos caminos al género.
Materia que arde, biografía razonada sobre Rosario Castellanos que publica Lumen y firman Sara Uribe y Verónica Gerber Bicecci, reúne tres nombres mayores de la literatura mexicana, en lo que se advierte como un acto de reconocimiento doble: por una parte, la propuesta editorial de reforzar una tradición literaria (mexicana), hasta ahora dispersa, de mujeres escritoras para la que Lumen anuncia nuevos títulos. Por otra, como se reconoce en la introducción, se trazan genealogías concretas, diálogos creativos entre autoras del presente y del pasado, sin duda una de las especialidades de Gerber y Uribe, quienes pulsan como nadie estas nervaduras de lo literario:
Cuando terminamos de escribir y dibujar, fuimos al Panteón Civil de Dolores de la Ciudad de México. Le llevamos un ramo de flores verdes y moradas, y una piedra volcánica. Las primeras para agradecerle su compañía en tiempos difíciles. La segunda, para decirle que nosotras queremos sumarnos a su genealogía. Es decir, a la de las escritoras que asumen la responsabilidad de narrar el mundo de otra manera.
Narrar el mundo de otra manera: aprovechar (y digo bien, “aprovechar”) la obra ajena para generar una obra propia, construir una historia original a partir de una historia ya existente, dibujar un mapa preciso de una vida creativa y borrar estratégicamente algunas áreas, prolongar la voz del biógrafo en el vacío que se abre entre el respeto a la figura elegida y la dosis de irreverencia que debe acompañar a cualquier nueva lectura. Narrar el mundo de otra manera también es una forma de responder a las preguntas iniciales, así como el origen de los problemas que surgen al escribir sobre la obra de otro autor.
Mientras leía Rosario Castellanos. Materia que arde imaginaba los conflictos que afloran en un proyecto tan imposible como el que encaran aquí sus autoras, nada menos que poner en palabras la vida y la obra de Rosario Castellanos. Y recordaba aquel mapa borgeano que, de tan minucioso, ocupaba una extensión equivalente a su territorio, pensando que el libro incluso podría desplegarse mucho más allá de los límites temporales de la materia que aborda, pues el infinito es la medida verdadera de cualquier vida narrada (asomémonos tan solo a todas sus circunstancias y entrecruces de tiempos, todo lo pensado, imaginado, deseado, declarado y escrito por la persona, sus coetáneos y precursores). Uribe y Gerber deben convertir ese universo en unas decenas de páginas y resolver los problemas inherentes a este ejercicio. Me gustaría detenerme en tres de ellos:
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El problema del lector. La biografía literaria ha sido un género poco ejercitado en los últimos años, y más allá de que algunos trabajos de Margo Glantz y Elena Poniatowska antecedan a Materia que arde, o que este se acompañe de iniciativas tan destacadas como las reediciones de la colección Vindictas y sus magníficas introducciones, podría afirmar que se trata de un título pionero, sobre todo si hablamos de biografías con perspectiva feminista. Así que, además de fijar a Rosario Castellanos en el canon literario, el libro se impone la tarea de redescubrir el propio género: cómo manejar la información sobre una escritora conocida pero no sobreexplotada —por más que sea una de las pocas que ha dado nombre a una librería del Fondo de Cultura Económica e inspirado una película biográfica como Los adioses (Natalia Beristáin, 2017)—, cómo reinterpretar el canon literario sin salirse de él, cómo ofrecer una perspectiva personal sin olvidar los principios del trabajo biográfico… equilibrios que en ocasiones conspiran contra ese na rrar el mundo de otra manera y dificultan una propuesta liberada de convenciones que dibuje un lector más cercano a los trabajos anteriores de las autoras.
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El problema del autor, amenazado tanto por la obra que trabaja y la obstinación de esta en contarse a sí misma a través de una escritura con la que hay que saber negociar, como por la bibliografía existente, que mientras expande los ángulos de lectura también limita el espacio de la nueva intervención, a veces perdida entre citas, debates ya fijados y polémicas demasiado específicas. El autor de la biografía enfrenta retos como el de cómo contar una historia propia con una voz reconocible y cómo diferenciarse de la entrada de Wikipedia y el acartonado estilo universitario o, aún peor, de la imitación del escritor que está glosando. En Materia que arde destacan las ilustraciones gerberianas que emplean los diseños textiles de Chiapas combinados con imágenes de lámparas y rocas volcánicas, así como el trabajo de orfebrería uriberiano con el que se engarzan en el texto fragmentos escritos de otros protagonistas. Además, al final de cada capítulo se incluye una coda (precedida por el dibujo de una llave —una “clave”—) donde las autoras reflexionan y le preguntan al fantasma de Castellanos sobre aspectos del capítulo en cuestión. La ruptura del tono general que implica esta posdata también muestra posibilidades más personales, imaginativas y dinámicas de abordar la narración, a veces demasiado anclada al trabajo de escritorio.
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El problema del escritor. Las vidas de escritores suelen ser mucho más memorables por los detalles de su vida privada, los entresijos de su momento histórico o el entrecruce con otras figuras coetáneas que por sus obras, mientras el lector se descubre un voyerista sin remedio. Diría que las páginas más suculentas de Materia que arde son, inevitablemente, las dedicadas a las circunstancias familiares y personales de Castellanos, y las menos, aquellas que repasan su bibliografía. No obstante, el afán bibliográfico aquí tiene trazas de propuesta ideológica, como un modo de reivindicar una obra que pide no ser opacada por la intimidad de su autora, quien batalló con especial ahínco por que su actividad profesional venciera al hogar y sus asfixiantes aventuras. Castellanos hizo de esta pugna uno de sus principales motivos literarios, constantemente interrogada por la escritura de otras mujeres y sus condiciones de posibilidad, precursoras como Sor Juana Inés de la Cruz, Clarice Lispector o Virginia Woolf, que también localizaron en el conflicto entre la vida pública y la privada una de las claves de su escritura.
Como no puede ser diferente para un trabajo que apunta variantes y abre trayectos a otras maneras de entender la biografía literaria de largo aliento, Rosario Castellanos. Materia que arde se debate entre formas que descansan en la convención y otras que señalan puntos de fuga; posiciones que afianzan el canon a la vez que aspiran a derribarlo. En sus páginas se advierte un tanteo, un avanzar a oscuras, como ese rayo que atraviesa la portada del libro: mientras alumbra nuevas posibilidades, es consciente de su carácter instantáneo, de representar un momento de transición (un paso del testigo) entre los miles con que se construye una nueva gramática feminista y colectiva.
Lumen, CDMX, 2023
Imagen de portada: Fotograma de Los adioses, de Natalia Beristain, 2017