La trepadora sombra del granado —en realidad eso lo inventas luego— simula ser raíz de la terraza que flota como fibra en mi recuerdo; se liquidaba en lluvia cada tarde, y caía cual rebozo que trenzaba la tierra o despertaba en los sentidos lúdicos sus aromas de humedad y canción.
Era mi madre y su sabor disperso
en los temas vitales de los libros:
era su forma de educar los días,
de tomar los cubiertos,
y sus altos registros matutinos,
como gotas que pegan contra un tubo metálico
y despiertan a sangre,
el sentimiento de heredar, de oído,
la inquieta y tumultuosa nube negra
donde se forja el agua,
y la fiesta secreta de los gritos:
una cama nocturna: afuera llueve,
y el temporal golpea la conciencia
que cae entre los sueños aromáticos
cual sonora granada vespertina…
La sombra del granado se desgrana,
musgo hilarante contra la ventisca,
se monta en la escalera de cemento,
y le da varias vueltas a mi vida:
es la terraza donde escucho el radio,
una atalaya desde donde miro
el flujo de las nubes cada tarde,
y renuevo los votos amatorios
con himnos que celebran mis héroes y su canto
dulce, desenfrenado, casi eterno…
La sombra del granado prende luces
tras los vidrios en danza de mi cuarto,
forja en el ventanal la miniatura
de una ciudad febril,
un altercado de hojas y de ramas,
contra la luz, que todavía tiene
el sabor del pleamar, y cuyo faro
antiguo, entre la niebla,
inventa las mujeres de mis sueños,
el cuerpo adolescente en el abismo
de la carne y el gozo, una botella
de evocaciones y de sugerencias…
La sombra del granado,
su agitada memoria, en la noche sin luz,
baila de danza, rito y cabellera,
ya cuando la mujer había cedido
su voz a las mujeres,
y era tal cual la Madre de los Vientos,
desplegando su sombra y sus poderes
sobre los cuerpos arrebatadores,
con su rima y su rumba
que me llevó a perder las ataduras,
a caminar las calles y las voces,
a diluirnos en la multitud,
ya sin sentido y sin extrañamiento:
el telar amatorio, en la ventana abierta,
tras las luces y voces del granado…
La sombra del granado, el pulso de su sangre que se vuelve escritura, dibuja de memoria sus olvidos por repetir las voces misteriosas de la especie, y alzar, sobre el mandato del padre (de ensayar con la voz para durar) el cuerpo de la madre, su lengua enredadera, que se proclama baile como divisa cierta (toda la tarde de todas las tardes): y es un cuerpo y un manto, que es la tierra, la región transparente, volviéndose pantano, la milenaria música y sus bordes de plata, el agua sincopada de la sombra en el patio que es la tarde profusa, de los montes que gritan las heridas, cuando el Sol se despoja de antifaces, y late para siempre: ya centro de la casa, y primigenio corazón del mundo…
Imagen de portada: Phillip Guston, Grupo I, 1968.
A partir de este número, el Periódico de Poesía de la UNAM nos ofrece una selección de poemas vinculados con el tema del dossier. Los invitamos a leer más de esta publicación universitaria en Periódico de Poesía